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Solidaridad como semilla: Legado colectivo más allá  de los símbolos

Oscar González Ortiz

En la comunidad de Los Flores, el calor no sólo brota del sol, sino de las historias que se cocinan en casas de zinc y pisos de tierra.  Próximos a una fecha marcada en el calendario revolucionario: —la siembra del Comandante Hugo Chávez—, en calles donde el tiempo parece haberse detenido, pero la vida late con urgencia, llevábamos un dispositivo de audición para Carmen y un bastón para Margarita; éste sustituirá a otro improvisado que en una oportunidad fue un palo de escoba. Esto nos lleva a la pregunta incómoda: ¿cómo honrar a un líder sin caer en el ritual vacío?

Las respuestas no están en discursos, por ejemplo, está en la casa de Margarita de 82 años, tatarabuela y sobreviviente de un ACV, quien nos recibió con un loro que gritaba ¡Gloria a Dios! mientras su bisnieta, embarazada de alto riesgo de cinco meses, enfrenta una preeclampsia por lo que está de reposo absoluto. Aquí, la solidaridad no es teoría: es el sudor que une a generaciones enfrentando desafíos de vida, pero tejidas por la tenacidad de sobrevivir. 

Casa 1: Audífonos, sudor y pozo compartido fue la primera parada en la vivienda de Marcolina, mujer que perdió un alto porcentaje de audición, pero no la alegría. Al entregarle el dispositivo auditivo, sus lágrimas se mezclaron con el agradecimiento: “Ahora oiré al nieto decirme abuela”. Su casa, parece un sauna improvisado bajo láminas de zinc, el agua depende de un pozo del vecino. “La solidaridad aquí es como el aire: si no la comparten, se ahogan”, explicó una líder comunitaria. 

Mientras Carmen ajustaba el audífono, miré hacia la quebrada cercana, contaminada con plásticos y residuos. “Cuando llueva, esto terminará en el río o en las lagunas cercanas”, dije. “Sí, pero ¿los que arrojan la basura somos los vecinos?”, respondió ella. La pregunta queda flotando, como un reproche a políticas ambientales ausentes. 

Casa 2: Bastones, loros y embarazos de alto riesgo, fue lo encontrado en la segunda visita, donde interrumpimos el almuerzo de Margarita, quien caminaba apoyada de un palo de escoba. Ofrecimos un bastón ergonómico, pero ella se aferraba a su herramienta improvisada: “Este me ha salvado de caerme”. Su historia es un rompecabezas de resiliencia: tatarabuela, sobreviviente de un derrame cerebral, y ahora testigo de cómo su nieta adolescente enfrenta un embarazo con preclamsia. En la misma casa, conviven cuatro generaciones: Margarita, su hija desempleada, la nieta embarazada y un próximo bisnieto con cinco meses de gestación. El loro repitió “¡Gloria a Dios!” como un coro irónico. 


Chávez en Los Flores: ¿Símbolo o herramienta?

Conmemorar en Los Flores la siembra de Chávez no requiere estatuas ni arengas: exige entender que su legado no está en el Cuartel de la Montaña, se encuentra en el manual de acciones cotidianas. Cuando el Comandante decía “Yo no soy yo, soy un pueblo”, quizás imaginaba lugares como éste, donde la solidaridad es moneda de cambio y muchas promesas sólo llegan en épocas electorales. 

Pero ¿cómo evitar que su figura se reduzca a un eslogan en camisetas descoloridas? La respuesta la dio Margarita: las soluciones deben ser tan orgánicas como las necesidades. Chávez impulsó las Misiones Sociales, pero hoy, en comunidades como ésta, son los vecinos quienes crean redes de apoyo. 

Legado en acción: De las Misiones a las comunas, las Misiones de Chávez —Barrio Adentro, Mercal— aportaron en determinado momento bienestar, pero la dependencia de la renta petrolera las hizo frágiles. Hoy, en las comunidades, la salud no depende de un ambulatorio, que no tiene tensiómetro, nebulizador, medicamentos e insumos, depende de la solidaridad de los vecinos que prestan su moto para llevar a una embarazada al hospital. Esto no invalida el pasado: lo redefine. Honrar a Chávez no es repetir sus frases, es rescatar su sentido práctico y acción directa. Ahora toca usar la creatividad y la solidaridad. 

Basura y futuro. Cuando la ecología es supervivencia, las quebradas que contaminamos no son un problema ambiental: son un síntoma de desconexión entre políticas públicas y realidad. Chávez habló de “salvar el planeta”, pero en algunas comunidades, la ecología compite con urgencias como comer o curar. La solución no está en talleres burocráticos, en otros países integran el reciclaje a economías locales: que los plásticos se cambien por alimentos en mercados comunales, o que jóvenes reciban incentivos por limpiar cuencas. La sostenibilidad, aquí, debe tener olor a arepa y sonido de monedas.

¿Cómo conmemorar la siembra de Hugo Chávez?  Al final del recorrido, la pregunta persiste: ¿Cómo evitar que la solidaridad se marchite como un cultivo sin riego? La respuesta está en convertir las acciones espontáneas en sistemas permanentes. Por ejemplo: a) Ayudas técnicas comunitarias: Donde un bastón ergonómico se preste como una biblioteca de libros; b) Redes de cuidado intergeneracional: jóvenes que acompañen a ancianos a citas médicas a cambio de clases o relato de historias; c) Horas de limpieza de quebradas se intercambien por alimentos. 

Chávez decía “Somos hijos de Bolívar”, pero en Los Flores, somos hijos de Carmen, Margarita y el loro que cree en milagros. Honrarlos no requiere fe: exige que la solidaridad deje de ser una semilla esporádica y se convierta en un bosque de soluciones. Porque, al final, el mejor tributo no es recordar a un líder, es actuar como si cada uno fuera el último eslabón de su sueño. Y en ese actuar, como diría Simón Rodríguez, “Inventamos o erramos” …pero sin dejar de caminar.


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