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Relatos. 

La rebelión de Remigio, de la explotación a la dignidad


Julio Ramos. 

El sol, implacable, castigaba la espalda de Remigio. Otro día más bajo el yugo del hacendado Don Hilario, un hombre cuya riqueza se medía en hectáreas y en el sudor ajeno. Remigio, como tantos otros campesinos, labraba la tierra desde el amanecer hasta el anochecer, recibiendo a cambio una miseria que apenas alcanzaba para alimentar a su familia. Las promesas de Don Hilario eran tan áridas como la tierra en verano: "Algún día, Remigio, tendrás tu propia parcela". Ese "algún día" nunca llegaba.

La gota que derramó el vaso no fue un grito, ni un insulto, sino la risa cruel de Don Hilario al ver a la hija de Remigio, descalza y con la ropa raída, observando a los niños de la hacienda jugar con muñecas de porcelana. Esa risa resonó en Remigio como el eco de una cadena. En ese instante, algo se quebró dentro de él, algo se encendió. No era odio, sino una firme decisión: rompería esas cadenas invisibles que lo ataban a la miseria.

Esa noche, Remigio tomó una decisión que cambiaría su vida. Con la ayuda de un joven maestro rural, comenzó a aprender a leer y a escribir. Cada letra que descifraba era un golpe a la ignorancia, cada palabra que escribía era un paso hacia la libertad. Las noches se le hacían cortas, devorando libros prestados, desentrañando el misterio de las palabras. Con cada página, la llama de la esperanza crecía en su interior.

El conocimiento le abrió los ojos. Comprendió la injusticia de su situación, la trampa de las promesas vacías. Aprendió sobre sus derechos, sobre la dignidad del trabajo, sobre la posibilidad de un futuro diferente. Un día, con la mirada firme y el corazón lleno de una nueva fuerza, se presentó ante Don Hilario. No fue con la cabeza gacha, sino con la frente en alto.

"Don Hilario", dijo con voz serena, "he aprendido a leer y a escribir. Y he aprendido también que mi trabajo vale más de lo que usted me paga. Me voy a labrar mi propia tierra".

La sorpresa de Don Hilario se transformó en ira. Le ofreció más dinero, le hizo promesas, le lanzó amenazas. Pero Remigio no cedió. Había descubierto que la verdadera riqueza no estaba en la tierra de Don Hilario, sino en su propia determinación, en su conocimiento, en su libertad.

Con sus ahorros, Remigio compró una pequeña parcela. La tierra era árida y necesitaba mucho trabajo, pero para él, era un tesoro. Trabajó incansablemente, con el apoyo de su familia y otros campesinos que, inspirados por su valentía, también decidieron buscar su propio camino.

La historia de Remigio se extendió por la región como la pólvora. Se convirtió en un símbolo de esperanza, un ejemplo de que la libertad se conquista con valentía, con conocimiento y con la firme decisión de romper las cadenas de la explotación.


Final... 

Campesino, la tierra que pisas es tuya, tu sudor es tuyo, tu futuro es tuyo. No permitas que nadie te robe lo que te pertenece por derecho. Aprende, organízate, lucha. La libertad no se regala, se conquista. El camino no es fácil, pero la recompensa es la dignidad de ser dueño de tu propio destino. No temas al cambio, no temas al futuro. Tú eres la semilla de un nuevo amanecer. ¡Levántate y labra tu propia tierra!

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