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Un cargador de agua en la India tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo que él llevaba encima de los hombros.

Una de las vasijas tenía varias grietas mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua durante el largo camino a pie desde el arroyo hasta la casa de su patrón. Cuando llegaba, la vasija rota sólo contenía la mitad del agua. Durante dos años completos esto sucedió diariamente.

La vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines que fue creada, pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su imperfección y se sentía miserable, porque sólo podía hacer la mitad de su tarea.

Después de dos años, la vasija quebrada le habló al aguador diciéndole: “Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo, porque debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de mi carga y sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir”.

El aguador, apesadumbrado, le dijo: “Cuando vayamos de regreso a la casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino”. Así lo hizo la vasija. Y en efecto, vio muchísimas flores en su camino. Pero de todos modos se sintió apenada porque, al final, sólo quedaba dentro de sí, la mitad del agua que debía llevar.

El aguador le dijo entonces: “¿Te diste cuenta que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado. Por dos años yo he podido recoger estas flores. Si no fueras como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza”.

Desde que escuché este cuento, que todavía no confirmo si en efecto es de Paulo Coelho o un cuento hindú, no paro de meditar sobre el mensaje que encierra. El autor concluye alabando los defectos de la vasija, pues gracias a ellos se obtuvieron hermosas flores. Yo no les llamaría defectos, les llamaría bondades. Pues no por ser igual a un “perfecto” somos perfectos.

Simplemente no existe tal perfección ni tampoco debemos ser iguales. En esa diferencia está nuestro éxito. Pues cada uno hace un aporte único e importante. Si podemos reunir nuestros “aportes” logramos, entre todos, maravillas.

Lo mismo pasó con Rodolfo, el reno héroe de la Navidad. Se sentía avergonzado y desdichado por su enorme nariz roja, siendo la burla de todos. Sin embargo, aquella noche en víspera de Navidad bajo una terrible tormenta de nieve y neblina, sólo la nariz de Rodolfo pudo iluminar el camino de Santa Claus. Así se convirtió en el reno más querido y admirado de todos. Esa gran nariz que un día lo hizo sentir tan mal, pasó a ser la envidia en el mundo de los renos.

Por supuesto lo de la vasija es una fábula y lo de Rodolfo también, pero con ellas recordamos que cada uno de nosotros tiene un lugar y una misión de vida, a veces cuesta verla y más difícil aún entenderla. Con grietas, que en ocasiones, nos dan la oportunidad de dar un giro a nuestros propósitos para obtener mejores resultados.
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