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Por: Deisy Viana 


#DéjameContarte que el año pasado pude experimentar lo que se siente el enfrentarse a un enemigo invisible, conocí los síntomas que te arrebatan las fuerzas y que te secuestran el oxígeno, sentí el miedo que produce el aislamiento, esa soledad dañina capaz de alimentar tus pensamientos con las ideas más pesimistas haciéndote creer que en cualquier momento la vida le pondrá fin a tu historia, vivirlo es horrible. Pero la peor pesadilla es experimentarlo con un ser querido y que la impotencia te prohíba hacer algo para ayudar, evitarle el sufrimiento y la angustiante sensación de no poder respirar. Eso, no me lo contaron, lo viví en carne propia. 

El año pasado en esta época, la voz de alarma estaba dada, una serie de medidas preventivas para lograr romper la cadena de contagio fueron establecidas y el Estado asertivamente tomó todas las previsiones para enfrentarse al virus malévolo que nos acechaba. Las críticas no se hicieron esperar, cada uno juzgó según su propio juicio y en resumen; la mayoría alegaba que se trataba de estrategias políticas para distraer a la gente y evadir otras realidades sociales y económicas que al momento se hallaban a la palestra pública, por lo tanto muchos hicieron caso omiso a las normas de prevención. 

Hoy, los esfuerzos del Estado continúan, con la diferencia de que la lista de nombres y rostros cada día se incrementa, a diferencia que el año pasado, ahora sí podemos decir que conocemos a alguien a quien la Covid-19 le arrancó la vida. Son nombres desconocidos o reconocidos, gente con profesión y sin profesión, ricos y pobres, azules, rojos, amarillos, con diferentes concepciones ideológicas y creencias religiosas; todos han enfrentado una batalla contra ese enemigo en común que acecha y nos ubica en el peldaño de “la igualdad”. 

Analizando en frío: Más allá de las graves consecuencias del virus y sus secuelas, la mayor problemática está en la gente de “conciencia castrada”, indolente a la situación que nos agobia, que no han comprendido que la forma antigua de hacer las cosas antes de la pandemia debe cambiar y adecuarse al contexto actual si queremos estar presentes cuando esto pase y poder “echar el cuento”.  Pero, mientras la gente continúe saliendo de sus hogares sin motivos, sigan asistiendo a gimnasios, celebrando fiestas clandestinas, reuniones en espacios cerrados y actividades innecesarias que inciten a las aglomeraciones, ignorando las directrices emanadas por las máximas autoridades, el panorama no es nada alentador, las olas de contagio vendrán una tras otra con sus respectivas mutaciones y con ellas, los fallecidos sin un digno sepelio. 

Basta de esa actitud catatónica de creer que la insensatez ajena al incumplir las medidas preventivas no es problema nuestro. Si bien es cierto que obligatoriamente hay que salir a ganarse y buscar el pan nuestro de cada día, no se justifica la inconciencia de obviar las medidas para evitar los contagios. ¿Quién piensa en el personal de prevención y seguridad que diariamente sale a las calles a lidiar con la insensibilidad de la gente porque irrespetan las normas? Que además reciben maltratos y gestos de burla por parte de algunos infractores. ¿Acaso ellos no están exponiendo sus vidas al cumplir con su deber? ¿No son hombres y mujeres, madres, padres, hijos e hijas, seres humanos que sienten y padecen debajo de ese uniforme? Ciertamente, son los héroes de la tolerancia. 

¿Y qué del personal de salud? Desde los hombres y  mujeres que dignamente se ocupan de las labores de aseo en los centros asistenciales, hasta los profesionales de enfermería y especialistas médicos. ¿Alguien se ha preguntado en los temores que ellos sienten? ¿El miedo de contagiarse y jamás volver a ver a sus seres queridos? Ellos arriesgan sus vidas por gente que no valora la suya ¿Y si el sistema de salud llegara a colapsar? 

Son muchas las interrogantes que nos ponen a pensar. Es tiempo de salir de esa “catalepsia mental”, reaccionar y que cada quién ponga de su parte, que cada uno defienda con conciencia el derecho a contribuir con romper las cadenas de contagio, el coronavirus no respeta condición social ni cree en eso de ¡sálvese quien quiera! Las actitudes egoístas no cuentan. Que prevalezca el sentido común, demostremos el amor al prójimo cuidándonos los unos a los otros y que el abrigo del Dios Altísimo nos ampare con la sombra de su Omnipotencia.

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