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Vivir de los migrantes
 Thelma Gómez Durán

A su inventor nadie lo conoce. Tampoco hay certeza sobre cuándo comenzaron a venderse en los pueblos y ciudades de la frontera norte de México. De lo siguiente no hay duda: los únicos compradores de estas pantuflas son los migrantes que están a un paso de recorrer el último tramo de su camino hacia lo que miran como su tierra prometida. El anónimo creador de tan singular invención tuvo ingenio: la suela de las pantuflas son de alfombra, para que las huellas de los caminantes no queden grabadas en la tierra del desierto de Arizona.

Bajo la sombra tímida de un árbol de mezquite, en un patio con el piso de tierra, entre muebles viejos y partes de automóviles, hay tres máquinas de coser con las que Lidia crea las pantuflas para los migrantes. Hace dos años comenzó el negocio. 

Antes sólo se dedicaba a coser ropa ajena. Un hombre que sabía de sus habilidades como costurera, y que era guía de migrantes en el desierto, le propuso dedicarse a la fabricación del extraño calzado; le llevó un par como muestra y le pidió hacer una versión mejorada. Las primeras las hizo de mezclilla. Ahora, la pantuflas que Lidia confecciona llevan cintas para poder atarlas sobre los zapatos y son de una tela estampada con hojas y ramas de tonalidades pardas, los mismos colores que predominan en el desierto. Y claro, lo que nunca cambió fue la suela de alfombra.

—El señor que me trajo las primeras, me dijo que era muy buen negocio. Y como en Altar nadie las hacía, pues sí nos fue muy bien. El año pasado estuvo muy suave, trabajábamos mi esposo, mis hijos y yo. Hacíamos 160 al día. Ahorita hago 50 o 60, porque está muy calmado.
— Si ya no llegaran migrantes a Altar, ¿qué haría?
—Pues dejar de trabajar. No hay otro trabajo para uno. Acá, para todo, dependemos de los migrantes. Todos dependemos de ellos.

Lidia no exagera. En Altar, Sonora, de acuerdo con datos de la propia presidencia municipal, más del 90 por ciento de los habitantes dependen económicamente de quienes buscan cruzar a Estados Unidos. Por ellos es que los habitantes de esta comunidad de calles polvorientas dejaron a un lado la agricultura y la ganadería para abrir casas de huéspedes, hoteles, embotelladoras de agua, puestos callejeros, tiendas de abarrotes.

Altar, Sonora, no es el único sitio que vive de los migrantes, pero sí es la comunidad en donde el negocio se muestra sin disimulo.

En México, de Sur a Norte, toda una economía se sostiene gracias a las más de 400 mil personas que al año —de acuerdo con la cifra presentada en 2012 por la Organización Internacional para las Migraciones. El Instituto Nacional de Migración reporta 140 mil deportaciones al año— cruzan el país para llegar a su meta: Estados Unidos.

Una economía que mueve millones de dólares, que deja ganancias a personas como Lidia, pero también a grandes empresas. Y no se diga al crimen organizado.

Como bien dice el investigador Rodolfo Casillas, pionero en el estudio de la migración centroamericana, la economía que genera esta población “está en pleno crecimiento, en pleno desarrollo y tiene actores múltiples”.

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Viajar al Norte. Llegar a Los Ángeles, California, y encontrarse con su tío que vive en esa ciudad que se mira tan bonita en las películas y en las series de televisión. El tío le ayudaría a conseguir trabajo, también le mandaría dinero para costear el largo viaje. Algo así pensó David cuando decidió guardar sus herramientas de soldador, cuando se cansó de vivir en un lugar donde escasea el trabajo y abunda la violencia, cuando tomó una mochila y dejó Choloma, Honduras.

Conozco su historia en el Centro Comunitario de Atención al Migrante y Necesitado (CCAMYN), de Altar, Sonora. David tiene 22 años y una voz de susurro. Es necesario afinar el oído para escuchar bien la narración de su travesía:

“Tengo dos meses y medio de viaje. Salí de Choloma y tomé un camión que me llevó hasta Tecún Umán (Guatemala), por ese viaje pagué dos mil lempiras (poco más de 1200 pesos). Para cruzar el río y llegar a México no pagué, porque me lo eché nadando. Agarré la combi para Tapachula, me cobraron 500 pesos; íbamos como 15 migrantes. En Arriaga (Chiapas) me subí al tren. Ahí, la mafia, me cobró cien dólares; pagué otros cien en Tierra Blanca (Veracruz) y otros cien más adelante, ya no me acuerdo cómo se llama el lugar…”

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El negocio es grande y diverso.

En la frontera sur de México hay toda una red de camionetas para trasladar a los migrantes a la base del tren; en Tuxtla Gutiérrez funcionan los “tijuanas”, camiones turísticos que cruzan el país para llegar a las metrópolis de la frontera norte. En Tenosique, Tabasco, por 15 pesos los migrantes pueden comprar un cartón para dormir junto a las vías. Los que tienen más de recursos pagan 150 pesos por pequeños cuartos. Diez pesos puede costarles el minuto en una llamada telefónica. En Ixtepec, Oaxaca, hoteles y moteles viven por los migrantes que llevan los coyotes.

La hermana Leticia Gutiérrez, directora de la misión para migrantes y refugiados de las misioneras Scalabrinianas, recuerda que hace unos años en Tierra Blanca, Veracruz, los pobladores sacaban sus mesas y las instalaban cerca de las vías del tren con letreros como estos: “Se renta teléfono”.

Los detalles del viaje de David se siguen escuchando bajito, como si tuviera miedo de gritar y despertar a un bebé o a una bestia:

… En Lechería lo asaltan a uno. Cuando llega el tren ya están ellos esperando, son como 20 o 30. Son mexicanos, hondureños, de varias partes. Dicen que son zetas y que tenemos que pagar. Me quitaron 200 pesos. A varios los golpearon, los agarraban con machete. Ahí me quedé a dormir en la calle y la ley, los policías, también me quitaron como 300 pesos. De Lechería me fui a Huehuetoca (Estado de México). Seguí en el tren. En Mazatlán, una bolsa de papas me la vendieron a 30 pesos; las tortillas de harina a 40 y una Coca cola de esas chiquitas, de lata, me la dieron a 20. Por acá, las cosas están muy caras. Ahí me cobraron 40 pesos por dormirme en el suelo…

El investigador Rodolfo Casillas reflexiona que un delito mayor no existe sin muchos delitos menores y que los negocios, y los delitos, se transforman con los tiempos.

“Delitos pequeños evolucionan hasta profesionalizarse en delitos mayores como las extorsiones o los secuestros”.

Hace tiempo que los migrantes dejaron de ser sólo consumidores. Hace tiempo que los migrantes también son la mercancía.

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“Es desangrar al migrante por donde se deje”, lamenta Fray Tomás González, director de la casa del migrante “La 72”, en Tenosique, Tabasco.

En abril del 2014, el sacerdote acompañó el viacrucis migrante, que salió de Tabasco y llegó hasta el Distrito Federal sumando mil 200 caminantes. Así, lograron que la Secretaría de Gobernación les otorgara permisos de tránsito por México.

Al término de esa caravana, Fray Tomás y otros defensores de derechos humanos concluyeron que el crimen organizado perdió “alrededor de 60 millones de pesos” de los migrantes.

Fray Tomás explica el cálculo: si cada uno de los mil 200 migrantes hubiera pagado 500 dólares de extorsiones durante su viaje en el tren; si decenas de ellos hubieran sido secuestrados con rescates de 5 mil dólares por cada uno, si cada uno hubiera pagado a un coyote o pollero se llegaría a esa cifra. Sólo lo que les quita el crimen organizado.

El hondureño Azael Cruz, que parece menor de edad, caminó con la caravana. En Carolina del Norte, Estados Unidos, su abuela lo espera.

Azael dejó la caravana en el Distrito Federal, después de obtener el permiso de tránsito por México. Tomó un par de autobuses para llegar a Altar, Sonora, y alcanzar a un amigo hondureño.

“Mi amigo conoce al coyote y no sé en cuánto quedaron para que nos pase. Yo tengo dos mil dólares. Ya me los mandó mi abuela y en estos días salimos”.

Es mayo y Azael aún está en Altar, esperando poder cruzar el desierto. Pero, aunque su abuela le mandó dos mil dólares, él ya no tiene dinero. Los dólares los tiene el coyote.

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Sobre la carretera que cruza Altar y dentro del poblado hay varios puestos callejeros que venden casi lo mismo: mochilas, sudaderas, pantalones, gorras y paliacates en tonos camuflados; cobijas, rosarios, zapatos, camisetas, calcetines y, por supuesto, pantuflas.

En todas las tiendas de abarrotes de Altar se pueden comprar analgésicos, sueros y galones de agua en envases de color negro.

Los galones oscuros son otro producto fabricado para los migrantes, si llevaran su agua en envases de color blanco, el reflejo de la luz los delataría ante la Patrulla Fronteriza.

Durante algún tiempo, los galones se pintaban de color oscuro. Hace cuatro años, el señor Martín, de 70 años, comenzó a fabricar los primeros envases con plástico negro. Él también tiene una historia migrante: nació en Zacatecas, fue jornalero en Estados Unidos y hace ya varias décadas se estableció en Caborca, Sonora.

—Primero empecé a traerlos de Monterrey. Después compré una máquina para fabricarlos. Ahora vienen de toda la región a comprarme. En temporada buena vendemos de 500 a 600 galones diarios. Hay un señor que a la semana o cada 15 días se lleva mil 600.

El “señor” del que habla el fabricante de los envases forma parte del grupo del crimen organizado que actualmente controla el tráfico de migrantes en esta región de Sonora.

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El negocio de la migración no sólo se concentra en quienes viajan al Norte. También hay quien gana millones cuando los migrantes no logran su objetivo y regresan al Sur. Y ellos no son pocos: de acuerdo con el informe de labores 2012-2013 del Instituto Nacional de Migración (INM), de diciembre de 2012 a junio de 2013 hubo 40 mil 92 retornos asistidos de centroamericanos.

La empresa de autobuses turísticos Space Tours, de Adán José Lecona Guizar, ha firmado desde el 2003 varios contratos con el INM para repatriarlos. En 2012 obtuvo tres contratos por más de 15 millones de pesos. En 2013 por el servicio de traslado durante un mes recibió 3 millones 819 mil 864 pesos. A principios del 2014 obtuvo de manera directa un contrato para todo el año por 37 millones 542 mil 229 pesos.

Otra empresa que goza del negocio de repatriar migrantes es Pullman de Chiapas que, de manera directa, recibió del INM un contrato de 78 millones 420 mil 676 pesos.

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María recuerda cómo hace 14 años mujeres de Altar se organizaron para regalar comida a los más de 200 migrantes que, en un domingo, se reunían en el lugar.

Fue en esos años cuando Altar comenzó a cambiar.

—Cuando empezó a verse mucha gente, muchos compraron vans para llevar migrantes al Sásabe (población de Sonora, localizada justo en la frontera con Estados Unidos). Se fueron acoplando a este trabajo. —Ella montó un pequeño puesto de comida en la plaza central de Altar.

En la calle que está atrás del pequeño negocio de María hay una camioneta gris estacionada y alrededor de ella hay un par de polleros y unos diez migrantes. Hace unos cuatro años, el mismo ayuntamiento registró todos los vehículos utilizados para el transporte de migrantes al Sásabe; contabilizó 400 camionetas. Hoy, la presidenta municipal asegura que hay menos de cien en operación.

A una cuadra de ahí, una pequeña ventana funciona como taquilla para la venta de boletos de autobús que se dirigen a Chiapas. Los camiones que salen de Altar van casi vacíos, a veces sólo llevan a uno o dos pasajeros, migrantes que fracasaron en su intento por llegar a Estados Unidos y ya no tienen los 600 a 1,200 dólares que deben pagar si quieren volver a cruzar por el desierto que está más allá de Sásabe.

Todos los días, a unos pasos de esa misma taquilla, llega un camión con migrantes procedente de Tuxtla Gutiérrez, Comitán o Comalapa, Chiapas.

—Antes llegaban hasta tres o cuatro camiones diarios. En ese entonces, el pueblo se alivianó, había mucha actividad. Los negocios estaban llenos. Ahorita aquí la cosa ya se acabó. —Jorge, uno de los hermanos que tiene el negocio de autobuses en Altar, recuerda con resignación y nostalgia los buenos tiempos de su comunidad. No es el único.

Elena, mujer alta y corpulenta, nació en Altar. Ella también se subió al tren del negocio que llegó a su tierra: junto a su casa construyó un par de cuartos que ahora llama casa de huéspedes. A cada migrante le cobra 40 pesos el día.

—Cuando había mucha gente sí convenía, porque cobraba 40 pesos la comida y 40 el hospedaje. En seis meses junté 120 mil pesos. Ahorita, ya no. En Altar nadie está viendo el beneficio de la migración.

La queja se escucha en cada esquina, en cada comercio de Altar. En una tienda de abarrotes la oigo una vez más. Ahí el comerciante me lanza una frase:

—Ahora, el botín ya lo tienen ellos (el crimen organizado). Ellos se quedaron con todo el botín y no ya sueltan nada para nosotros. —dice el comerciante de unos cincuenta años. Cuando termina su frase, se sonroja y repara en sus palabras— Bueno, suena mal que digamos que es el botín, ¿verdad?

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El padre Prisciliano Peraza es famoso dentro y fuera de Altar, Sonora, sobre todo por su trabajo como director del CCAMYN. No habla ni se mira como un sacerdote, parece más un ganadero: usa pantalones de mezclilla, camisas, sombrero y lentes Ray-Ban. Cuando camina por el pueblo va saludando a comerciantes, mujeres y niños.

Siempre que llega un periodista, el padre Prisciliano realiza el mismo recorrido. Como si se tratara de un paseo turístico, lleva a los visitantes a conocer algunas casas de huéspedes con camas de tablón, a la farmacia que vende inyecciones anticonceptivas para las migrantes, a las tiendas de los galones negros y a los puestos callejeros donde venden las pantuflas con suela de alfombra.

Entre el 2005 y el 2006, “cuando se dio el clímax de la migración”, cuenta el padre Prisiciliano— Altar llegó a tener más de 15 hoteles y más de 100 casas de huéspedes. Ahora, asegura, sólo funcionan alrededor de 50 casas. Las cifras proporcionadas por la propia presidencia municipal impactan: en 2010, Altar tenía un flujo diario, en promedio, de 13 mil migrantes. La cifra se desplomó en lo que va de 2014: todos los días pasan alrededor de 124. Estos son los datos de la alcaldía.”

El padre Prisciliano nació en estas tierras del norte, es franco y directo:

“Mucha gente dice que ya no pasa tanta gente como antes. Y sí, ya no pasan los mismos que antes, pero siguen pasando muchos, ¿por qué no cierran las casa de huéspedes o los hoteles? Lo que pasa ahora es que, en Altar, el negocio de la migración está controlado totalmente por la mafia”.

Cuando fue el “clímax de la migración en Altar”, los migrantes que llegaban a esta comunidad pagaban entre 500 y 600 pesos a los polleros que los “enganchaban” en la plaza. Después, el costó subió a 100 dólares, “así se estabilizó como cuatro años”, hasta que mataron “al jefe de la zona”, en 2013, uno de los líderes del Cartel de Sinaloa.

La gente relata que cuando lo mataron la frontera y el pueblo se cerraron durante más de una semana, hasta que llegaron otros “jefes” y definieron las nuevas reglas del negocio. Por ejemplo, aumentar la cuota por cruce: los mexicanos entre 600 y 800 dólares; los centroamericanos entre mil y 1,500 dólares. Otra de las nuevas reglas fue cobrar una cuota de 100 dólares al migrante que quisiera dejar el lugar.

“Pensamos que ya no iba a llegar nadie, nadie iba a poder pagar eso. Aún así llegan” dice sorprendida una de las voluntarias en el CCAMYN.

Al estudiar la migración centroamericana, el investigador Rodolfo Casillas encontró una de las claves del negocio que gira en torno a esta población: “son personas que no tienen dinero, pero sí tienen una gran capacidad para endeudarse.”
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Desde septiembre del 2012, Martha Elsa Vidrio Federico es la presidenta municipal de Altar, Sonora. Antes de esa fecha era conocida por ser la madre del entonces presidente municipal de Altar, Rafael Rivera Vidrio. Esta familia de políticos panistas también se contagió por la euforia económica que trajeron los migrantes y no quisieron quedarse fuera del negocio: abrieron el Hotel Rivera. Hoy, la alcaldesa también se queja de que la migración ya no es lo de antes.

Hasta le salen las lágrimas cuando cuenta que el único banco cerró hace un año, nadie está pagando el agua, los comercios están bajando las cortinas, las casas de huéspedes y los hoteles están cerrando. El suyo —se queja— ya casi no recibe gente.

—Se nos vino todo abajo –se lamenta en su oficina.
—¿Por qué?
—Se ha asustado mucho la gente (los migrantes) cuando ve al mando único, al montón de patrullas; les da miedo y ya no vienen… Se acabó la migración y todo se nos vino abajo. La economía está muy difícil en Altar.
—¿Los migrantes ya no llegan por culpa del mando único o porque el negocio de la migración lo controla el crimen organizado que cobra “cuota” muy alta?
—Así es. Yo estuve investigando y me dicen que en todas las fronteras es la misma cuota, la misma cantidad. No sé con qué derecho lo hacen. Yo como presidenta municipal no puedo andar directamente arriesgándome, averiguando con ese tipo de personas… Por eso he pedido, buscado el centro de acopio para que fueran debidamente protegidos los migrantes.
—¿Un centro de acopio?
—Desde que estaba el presidente Fox, luego Felipe Calderón y hasta ahora, yo estoy mandando oficios porque quiero un centro de acopio de migrantes. Eso vendría a reactivar la economía de nuestros municipios, beneficiaría a los hoteles, los taxis, las vans… Un centro de acopio para que (los migrantes) tengan contratos directos con la gente de Estados Unidos, para que el lugar que requiera mano de obra esté conectado con Altar.

La alcaldesa insiste en que la solución económica para Altar es tener un “centro de acopio de migrantes”; algo parecido a lo que fue el controvertido Programa Bracero, acuerdo laboral entre Estados Unidos y México —que funcionó desde la década de los 40 y hasta los 60— y el cual dotó a los trabajadores mexicanos de permisos para trabajar como jornaleros en los campos estadounidenses.

La panista no explica cómo se terminarán las mafias que controlan la migración en el municipio que ella gobierna. Ese tema ni siquiera desea mencionarlo, sólo habla de lo que es su anhelo: “que me apoyen con ese centro de acopio para migrantes, porque si no Altar se va a morir de hambre o se queda como un pueblo fantasma”.
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David, el hondureño de 22 años y voz de susurro, ya conoció las nuevas reglas de Altar:

Llegué en tren a Caborca. El ride para Altar me costó 200 pesos. Aquí me cobraron mil 500 dólares sólo para cruzar la línea. Ya pagué una vez y no pasé, me dejaron botado en el desierto. No sé si seguir. Llevo un chingo de dinero gastado. Ahorita me están pidiendo 5 mil dólares para pasarme hasta Los Ángeles. Ya le pedí el dinero a mi tío, voy a esperar a ver si me ayuda o voy pa’ tras…

Los más de 25 mil pesos que David ha gastado en su viaje de Choloma al Sásabe no los traía consigo desde Honduras. Los migrantes centroamericanos ya saben que deben llevar sólo lo necesario para pagar las extorsiones, algún transporte, la comida y, sobre todo, las llamadas telefónicas a sus familiares que los esperan en Estados Unidos, para pedir dinero y continuar el camino.

“Es tal el flujo de transmigrantes por México —resalta el investigador Rodolfo Casillas en su estudio Efectos múltiples de las remesas centroamericanas a México— que las remesas constituyen una importante derrama diaria de divisas de un monto impreciso hasta el momento. Estos envíos quedan a simple vista ‘subsumidos’ como parte de las remesas de mexicanos en Estados Unidos a mexicanos en México, lo cual es inexacto”.

México, según el Banco Mundial, está entre los principales países que reciben remesas. Sólo en 2013, recibió 22 mil millones de dólares.

El hondureño David habló con su tío de Los Ángeles cuando estaba en Tierra Blanca. Ahí le pidió que le mandara los 100 dólares para pagar la extorsión del tren. Después le llamó cuando estaba en Puebla, ahí le mandó 100 dólares más. En Altar también lo buscó y le pidió que le enviara los 1,500 dólares para cruzar. El tío así lo hizo: mandó el dinero desde Estados Unidos, utilizando una de las varias compañías que se dedican al envío de remesas. En México, los dólares del tío llegaron a las tiendas Elektra.

Para poder cobrar el dinero, los migrantes deben pedir ayuda a personas con credencial de elector. Los mexicanos que ya saben de esto, cobran entre el 10 y 30 por ciento de la cantidad retirada por el “servicio”. En Tierra Blanca a David le cobraron 200 pesos por retirar cien dólares. En Puebla no le pidieron dinero. En Caborca, “el mero jefe al que le pagué para que me cruzara fue el que sacó el dinero. Mi tío mandó el dinero a su nombre y él fue quien lo sacó”.

El investigador Rodolfo Casillas resalta en su estudio que es posible que “la mayor parte de las remesas para el traslado, o paso por México, se destinan a cubrir ‘los derechos de paso’ exigidos de manera ilegal”.

Hace un par de años, Casillas fue invitado a una reunión sobre migración en la que estaban presentes representantes de distintas dependencias del gobierno mexicano, así como directivos de Elektra y Wester Unión. Cuando se habló del tema de los secuestros y las extorsiones a migrantes centroamericanos, “les dije a los directivos de las empresas: ustedes saben cuánto dinero mandan los migrantes, a qué sucursales llegan, tienen los nombres de quienes cobraron ese dinero, el día y la hora en que lo recibieron. Cuando los envíos son mayores a mil dólares saben que es para pagar un rescate o una extorsión, ¿por qué no existe una colaboración de alto nivel para compartir esa información con el gobierno, para eso no se necesita cambiar ninguna ley, se puede hacer?” La respuesta que recibió el investigador fue un prolongado silencio.

En 2012, Grupo Elektra —de acuerdo con su último informe anual, presentado a la Bolsa Mexicana de Valores en abril pasado— operaba 6 mil 397 puntos de venta. Un año después aumentó a más de 6 mil 700: 4 mil 300 están en México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Perú, Panamá y Brasil; y 2 mil 400 sucursales de Advance America en Estados Unidos. Además, Elektra ha firmado acuerdos de colaboración con Wester Union y con Money Gram, las dos empresas líderes en transferencia de dinero.

Si una persona que se encuentra en Estados Unidos desea enviar 300 dólares a México, las empresas de transferencia de dinero cobrarán una comisión que va de los 3 a los 10 dólares, de acuerdo con la herramienta “¿Quién es quien en el envío de dinero?”, disponible en el portal de internet de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco). Y aunque —como bien señala el investigador Casillas— no existen datos de cuánto dinero envían los centroamericanos a sus familiares durante su trayecto por México (para pagar las extorsiones o secuestros), si es posible tener una idea del negocio si, según datos del Banco de México, tan sólo en abril del 2014 de Estados Unidos se enviaron a diferentes estados de México 1 mil 922.66 millones de dólares, utilizando los servicios de estas empresas dedicadas a la transferencia de dinero.

La misionera Leticia Gutiérrez sintetiza así este negocio: “Elektra, Wester Union y Money Gram se han convertido en grandes empresas no sólo como consecuencia del producto del trabajo; es riqueza producida por el soborno, el secuestro y la sangre de muchos migrantes, porque son las empresas a través de las cuales se paga la extorsión y liberación de un secuestro. Si Elektra o Wester Unión juegan en la bolsa de valores no lo hacen con dinero bien habido, es un dinero que lleva sangre, muerte y dolor de muchas familias”.

Los migrantes —remata la misionera— son un botín para muchos.

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David, el hondureño, se quita su cachucha y se frota la cabeza. No sabe qué hacer. Si su tío no le manda más dinero, deberá volver a Choloma, Honduras, donde lo recibirán sus viejas conocidas: la violencia y la pobreza. Por lo pronto, aquí en el albergue del CCAMYN de Altar puede comer sin pagar. Mientras espera una respuesta de su tío de Los Ángeles, trabaja limpiando coches en el estacionamiento de un OXXO.

En este albergue los migrantes sólo pueden quedarse a dormir tres días. Cómo David ya cumplió ese tiempo, hoy dormirá en el suelo de una casa de huéspedes donde le cobrarán 20 pesos; si quiere una cobija, tendrá que desembolsar cinco pesos más. Las pantuflas con suela de alfombra que le dieron hace unas semanas en su primer intento por cruzar el desierto ni siquiera las estrenó. Aún las guarda.

Si David decide ir pa’tras y regresar a Honduras, volverá a su patria con una nueva preocupación: que su tío no le cobre los dólares que le mandó para el viaje más caro de su vida.
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