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Por Belén Spinetta

HISTORIAS

La discusión sobre la prostitución tiene múltiples aristas, algunas ya las mencionamos, se han escrito páginas y páginas de papers académicos, artículos periodísticos, películas y documentales. Detrás de todo eso hay mujeres de carne y hueso, historias de sufrimiento, de sobrevivencia y de organización. Esta es la manera en que elijo “entrar” al tema, dándoles la voz a esas mujeres, para que desde la experiencia como punto de partida nos ayuden a reflexionar sobre las implicancias políticas y sociales de que avancen los sectores que abogan por que el Estado reglamente la prostitución como trabajo sexual. Esto no anula bajo ningún punto de vista, la urgencia de que se elaboren políticas públicas concretas que permitan mejorar las condiciones de vida de las mujeres en situación de prostitución, sea cual sea su postura frente al debate.

Sasha Zavaleta Tapia es una mujer trans, migrante peruana, llegó a nuestro país hace más de 15 años como varón; su transición de género la dejó fuera del sistema laboral, empezó a prostituirse frente a la falta de otras opciones. Graciela Collantes es una histórica militante por la abolición de la prostitución, fundadora de AMADH (Asociación de Mujeres por los Derechos Humanos) y compañera de lucha de la recordada LohanaBerkins. Antes de eso, estuvo presa del sistema prostituyente. Dos historias entre muchas, un punto de partida para la introversión desde la empatía.

SASHA

“Es una historia muy fea la que pasé cuando llegué acá. Tenía 19 años y me asumí como gay, fue difícil, a mi mamá le costó aceptarlo”. Por aquel entonces, como varón, trabajaba para una empresa textil de una importante cadena de cosméticos que sin embargo era un lugar clandestino. “No teníamos los documentos y papeles en regla y nos teníamos que esconder cuando llegaba alguna inspección”, recuerda.

Fueron momentos difíciles, pero para ella el problema de verdad empezó cuando salía a bailar, se empezó a teñir el pelo y le gustó como le quedaba. Asumió que se sentía mujer, y pese a las discriminaciones que ya sufría por ser gay, y al rechazo de su madre, comenzó su transición. “Me puse tres litros de aceite de avión en la cola, un litro en el pecho y me fui a trabajar a la calle”, su relato es calmo, son momentos de la vida que sufrió pero que ya siente superados. El aceite de avión es y sigue siendo la opción para mujeres trans que quieren feminizar su cuerpo y no pueden acceder a las cirugías de siliconas. Me cuenta que se lo puso de forma clandestina con otra chica trans que “tenía experiencia en eso”, que era seguro y no tenía miedo… “igual se le murieron un par”.

Estudió peluquería y marroquinería, tenía la ilusión de poder ingresar a una fábrica de cuero. “Pero me rebotaron tres veces, tampoco tenía dinero para poder poner mi peluquería, así empecé a ir a la calle”. De las primeras veces que salió por la zona de Once, recuerda que sufrían las persecuciones de banditas de pibes que les pedían plata como cupo para poder estar ahí: “eran violentos y homofóbicos y si no les daba te pegaban y te mandaban al hospital…una vez me desmayaron de una piña a las 9 de la noche”.

Al principio atendía 8 o 10 clientes por noche. “El mundo de la prostitución es horrible y peligroso: hay clientes que no quieren pagar, estas expuesta a enfermedades; ganas un poco de dinero sí, pero es feo acostarse con hombres por dinero. Yo no lo hacía por gusto sino por necesidad. Lo intenté y no me dejaron otro recurso. Es un asco, no podes elegir…puede venir una persona que no te gusta, personas sucias…después estaba mucho tiempo en la ducha porque me sentía sucia y quería sacarme todo el olor de los hombres”.

De esos años comenta que no tenía que pagarle a un tercero por su trabajo, pero sí había otras mujeres que no las querían ahí porque veían a las trans como “competencia”. La maltrataban, aparecían las banditas, pero ella volvía a ir. También había mujeres afroamericanas, que también las veían como rivales potenciales y que además trabajaban para un cafishio que en general era el marido.

Le pregunto qué opina sobre quienes entienden a la prostitución como un trabajo como cualquier otro – como cuidar enfermos o lavar el baño- y me responde que su pelea es por el cupo laboral trans. “La prostitución para nada es igual a lavar los pisos o cuidar enfermos, eso es mucho más digno. Hay muchas como yo que no pudimos terminar la escuela o que sufrimos discriminación y por eso llegamos a la prostitución, no porque lo elegimos”. Sin embargo, dice que “no se mete” con las que piensan que es un trabajo.

Ya llegando al final de nuestra charla hablamos sobre el rol de los varones y por que pocas veces se los involucra en esta discusión. “El hombre se siente dominante, se siente un animal. Una vez escuché un dicho de que ‘un hombre tiene que tener una mujer en casa, una mujer por si acaso y una travesti de repuesto’”

Después me cuenta que de a poco empezó a salir, su actual marido fue un cliente que la ayudó también. Ahora forma parte de una organización social, trabaja en un merendero, hace un programa de radio y sueña con poder estudiar para locutora. Aun no pudo hacer los trámites de cambio de identidad de género, porque comenta que para las personas migrantes es mucho más difícil. La situación en la pandemia es difícil, sólo cobra el salario social y tres mil pesos del gobierno de la ciudad. “Me encana el lugar donde estoy porque mi organización me da una oportunidad, me siento muy bien y conozco a la gente. Siempre vamos por la gente pobre”.
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