Por: Pablo Fernández Blanco
Amaneció el lunes 21 de mayo de este
2018 y arrancó un nuevo escenario político en Venezuela. Tras una
jornada dominical pulcra y sin incidentes que lamentar, el pueblo
venezolano salió a expresar su voluntad mediante el ejercicio del
derecho constitucional al sufragio, para elegir la persona que guiará
los destinos de la nación hasta el año 2025.
Una contienda electoral donde además del
candidato a la reelección, el actual presidente Nicolás Maduro,
participaron otros tres candidatos de oposición. Los resultados
presentados en horas de la noche por el único órgano rector de este
proceso ( el Consejo Nacional Electoral), en presencia de la amplia
comitiva de observadores internacionales que acompañaron todo el
comicio, y ya con tendencia irreversible de resultados según indicara su
presidenta Tibisay Lucena, dieron el triunfo holgado a Nicolás Maduro.
Tras el conteo definitivo, en la mañana
del 21 de mayo se pudo saber que Nicolás Maduro ganó con 6.157.185 votos
a favor, sobre un total escrutado de 9.261.839 votos contabilizados;
superando a su principal adversario en más de 46 puntos. El 67,76% de
los votos válidos emitidos ayer correspondieron al candidato reelecto. Y
la participación, en un padrón electoral de algo más de 20 millones y
medio de votantes, alcanzó el 46%.
En medio de una consistente adversidad
económica, cercada por sanciones financieras aplicadas por EEUU y Europa
(recordemos que a solicitud de la oposición radical venezolana y como
parte de la agenda de golpe continuado), torpedeada por una hiper
inflación galopante que pega sobre todo a las clases más desposeídas
(donde tiene su base dura el chavismo), Venezuela votó en paz y el
chavismo superó en este proceso sus cifras del 2015, donde la oposición
le ganó las elecciones parlamentarias (con este mismo sistema electoral,
por cierto) y la opción bolivariana obtuvo aquella vez 5.622.844 votos.
Desde la misma noche del 20 de mayo, la
noticia que ganó titulares y comenzó a vueltas al mundo fue sin duda la
reelección de Nicolás Maduro Moros, como Presidente de la República
Bolivariana de Venezuela para el periodo 2019-2025.
De inmediato tras
conocer los resultados oficiales, las maquinarias de la mediática
corporativa en el mundo desataron todo tipo de comentarios sesgados y
hasta sarcásticos, artículos de opinión pre elaborados, titulares
tendenciosos milimétricamente calculados en los laboratorios de las fake
news; todo ello con el objetivo de desconocer el proceso electoral y
minimizar este significativo (histórico diría yo) triunfo de las fuerzas
bolivarianas en Venezuela. Nada nuevo si a ver vamos, en el marco de
una guerra de cuarta generación que se ha ensañado en los últimos años
contra Venezuela, imponiendo la pos verdad como estrategia central, y
como siempre lo hacen contra aquellos que están en la mira de los
grandes poderes fácticos mundiales.
Ahora bien, un resultado electoral de
estas características, en cualquier país de la región, no generaría el
menor atisbo de duda o comentario descalificatorio. Sobran ejemplos de
ello como veremos luego. De hecho, entre los numerosos países que han
reconocido ya el triunfo del presidente Maduro destacan dos grandes
potencias, como la República Popular China y la Federación Rusa, quienes
reconocieron estos resultados como la voluntad legítima del pueblo
venezolano.
Pero recordemos que Venezuela está en la
mira de los países hegemónicos occidentales, ávidos de acabar con el
referente supremo de los procesos progresistas en la región que es la
Venezuela Bolivariana. Por tanto, es bueno hacer algunas comparaciones
históricas y precisiones más técnicas al respecto, antes de entrar en
aspectos estrictamente políticos.
En primer lugar, recordar que en
Venezuela el voto es un derecho, pero no es obligatorio, por lo cual la
población participa libremente del proceso, sin elementos intimidatorios
como ocurre en otros países de la región, donde la no participación
electoral puede generar sanciones.
La jornada presidencial previa a las
elecciones de este domingo 20 de mayo se celebró en 2013 (tras el
fallecimiento del Presidente Hugo Chávez) y los principales candidatos
para la contienda fueron el actual mandatario reelecto (GPP), quien
obtuvo 7.505.338 (50,61 %), frente a su más cercano contrincante
Henrique Capriles Radonski (MUD), cuyos votos alcanzaron los 7.363.980
(49,12%).
Previo a ello, en el 2012 el candidato
Hugo Chávez alcanzó 8.191.132 (55.07%) y H. Capriles 6.591.304 (44.31%),
con una participación del 80.56 %; mientras que en el 2006 el
Comandante Chávez sumó 7.309.080 (62.84%) y su rival Manuel Rosales
llegó a 4.292.466 (36.90 %). En esa oportunidad la participación fue del
74.7%.
Pero es clave recordar que en todos
estos escenarios que mencionamos, la coyuntura y la polarización
actuaron como un detonante favorable a la participación amplia de
votantes de ambos bandos, cosa que no se presenta en esos términos en la
elección de este domingo pasado, enmarcada en la más brutal guerra
económica y ataques internacionales contra el país, una guerra mediática
descomunal descalificando el proceso electoral y el sistema que rige el
mismo (harto auditado y reconocido como uno de los mejores del mundo,
por autoridades en la materia); así como lineamientos contradictorios en
la acera opositora (unos llamando a votar, otros a abstenerse). Además
un dato no menor es que este domingo se presentaron dificultades
provocadas, como la ausencia de medios de transporte de administración
privada en muchos sectores alejados o de difícil movilidad a los centros
de votación, afectando a importantes sectores que requerían movilizarse
para votar. Elemento este último que el propio presidente Maduro
denunció la noche del domingo en su alocución al país y que este
servidor pudo constatar en las distintas parroquias de la ciudad
capital.
Ahora bien, volviendo al tema de la
afluencia de electores (pilar de la crítica mediática que desata el
palangrismo internacional), es necesario avizorar que la región no es
precisamente un buen ejemplo de “masiva participación electoral”.
Veamos:
a. En el caso de Chile (uno de los primeros países en cuestionar esta elección venezolana) tuvo en la elección presidencial del 2017 una abstención del 50,98%. Vale decir, que Sebastián Piñera ganó con una participación electoral real del 46,7%. Muy similar a la de Venezuela.
b. En Colombia (otro país afincado en cuestionar las elecciones venezolanas y desconocer sus resultados), el actual presidente Santos ganó en unas elecciones que recogieron la participación del 40,65% del padrón electoral colombiano en primera vuelta; y el 47,97% en la segunda. Las elecciones generales de 2014 en este mismo país tuvo una abstención del 57%.
c. La elección de Donald Trump en EEUU tuvo una abstención del 45,5%, además de realizarse en un sistema electoral vetusto, producto del cual su contrincante Hillary Clinton (que obtuvo ciertamente más votos) no alcanzó la presidencia por las complejidades que produce ese intrincado sistema electoral indirecto heredado del siglo XIX.
Dicho todo esto, es fundamental entender
que el proceso electoral ocurrido ayer en Venezuela (y del cual tocará
hacer análisis pormenorizados en los días por venir) solo ratifica una
vez más la voluntad del pueblo venezolano de resolver de manera
pacífica, auto determinada y dentro de la institucionalidad democrática,
sus legítimas diferencias. Esta elección avala la decisión soberana que
el pueblo de Venezuela tomó hace 20 años al marcar un rumbo de
transformaciones profundas en su proyecto colectivo, de la mano de Hugo
Chávez en aquel momento y hoy con su sucesor legítimo, el presidente
Maduro.
El pueblo que votó no ha dado un cheque
en blanco y es consciente que hay mucho que corregir para que el país
supere esta grave crisis que atraviesa; pero sin duda ha reiterado su
confianza en quien considera que con honesta intención y posibilidad de
actuar acorde a los intereses populares, puede asumir ese reto. Diga lo
que diga la canalla mediática, los verdaderos perdedores de ayer ni
siquiera fueron los candidatos que no ganaron (pero que cosecharon un
caudal de votos que pueden alimentar a futuro si son sabios).
Los
verdaderos perdedores son quienes apostaron al quiebre del país y
asumieron al derrotero de la violencia; Esa oposición anti democrática
que se negó al camino electoral y que mercadea sanciones genocidas
contra su país. Perdieron también sus financistas del departamento de
Estado norteamericano y el psicópata inquilino de la Casa Blanca; los
senadores aliados a la gusanera de Miami y los fascinerosos presidentes
del “Grupo de Lima”. Perdió la sumisa Unión Europea. Perdió Almagro y
perdió la OEA. Comprensible entonces la bilis derramada por ellos en
tanta prensa subordinada y la gran cloaca en que han convertido las
redes sociales hoy y en los días por venir.
Digan lo que digan o callen lo que
callen, la verdad incontrastable es que Nicolás Maduro, el subestimado,
el obrero, el autobusero, el sindicalista, el elegido por Chávez, ha
dado otra gran lección al mundo de madurez y capacidad política, junto
al pueblo que ha ratificado y legitimado en las urnas la hegemonía
política del chavismo y su proyecto emancipador. Maduro ha demostrado,
una vez más, por qué es el estadista que está al frente de esta Nación.
El faro libertario que brilla en la tierra de Bolívar no será nada fácil de apagar…