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Articulo de opinión
Por: Marco Teruggi
 
Foto:Reuters
¿Son parte de sectores desesperados que no aceptan la posibilidad de dialogar, una táctica para sostener la violencia mientras intentan volver a acumular fuerza callejera?
Por tercer día consecutivo la realidad no fue la anunciada por la derecha. Según sus voceros iba a realizarse una masiva movilización en Caracas y todo el país: en los hechos el día transcurrió en una tensa calma que finalizó sin las imágenes esperadas y necesitadas por el plan de la oposición. Apenas algunas trancas en el este de Caracas, sin gente, sin legitimidad para la mayoría, casi desesperadas.
Tres días sin lograr elevar el nivel de confrontación es una derrota para una derecha que se propuso -y así todavía lo dice- impedir las elecciones del próximo domingo. Esta era la semana decisiva y, a menos de 48 horas de los comicios, se puede decir que no llegarán como habían declarado una y otra vez durante días y semanas.
La respuesta al porqué de esta situación puede buscarse en varios factores. En primer lugar la pérdida de legitimidad de las acciones violentas: parece existir un rechazo a los métodos de la derecha luego de más de cien días de acciones sediciosas. En segunda lugar, relacionado con el primero, porque la mayoría de la población concibe que la resolución del conflicto político en Venezuela debe ser a través de mecanismos democráticos, como son, centralmente, las elecciones.
En tercer lugar el bloque de la derecha parece inmerso en disputas internas debido al desacuerdo en cuanto a cómo continuar. Algunos voceros, como Henri Falcón, lo dejaron ver: las puertas al diálogo con el gobierno no están cerradas. Esta posición genera el rechazo de otros dirigentes y de la gran mayoría de la base social opositora: prometieron salir del gobierno de Nicolás Maduro por la fuerza. Cambiar esa posición generaría un costo político para la dirigencia, una pérdida de credibilidad siempre latente. El problema es que nunca tuvieron la correlación de fuerzas necesaria para lograr ese objetivo. ¿Estuvieron administrando una mentira hasta hacerse insostenible y tener que negociar?
Lo cierto es tanto las 48 horas de paro, como la jornada del viernes, mostraron a una derecha que bien podría haberse titulado con la novela de Osvaldo Soriano: triste, solitaria y final.
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Así como la masividad de la derecha ha sido la ausencia más notoria, también es cierto que mantuvieron acciones violentas focalizadas. Ataques con armas de fuego a fuerzas de seguridad del Estado en varios puntos de Caracas y el país, el ataque a una televisora comunitaria en Táchira, la quema de urnas de un centro electoral en Mérida, el asedio total a pueblos como Cabudare o Cordero. Para nombrar solo algunos ejemplos de lo que se ha dado cada día desde el miércoles.
¿Son parte de sectores desesperados que no aceptan la posibilidad de dialogar, una táctica para sostener la violencia mientras intentan volver a acumular fuerza callejera?
Estas acciones buscan además tener un efecto desmovilizador para el domingo, amedrentar a la gente, asustarla, impedirle el paso, amenazarla con atacarla en caso de ejercer su derecho al voto. Tanto en territorios de fuerte control paramilitar, como en Táchira –donde circulan volantes con las amenazas- como en zonas donde la derecha tiene su base social y ejerce presión y fuerza sobre los vecinos que irán a votar. El miedo como forma de política ha sido una práctica sistemática de la derecha en estos meses.
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Esta posición disminuida de la derecha ocurre mientras la preparación para las elecciones del domingo continúa. Ya existe clima electoral en varias partes, cierres de campañas que mostraron fuerza del chavismo, un proceso constituyente que avanza. El desafío clave será lograr una alta tasa de participación el domingo, algo que le dará una legitimidad necesaria a la naciente Asamblea Nacional Constituyente (ANC) que será automáticamente atacada desde el frente exterior. Así lo anunció este viernes el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos: no reconocerán la ANC.
Lo que está en juego es lograr la resolución del conflicto a través de las elecciones, de la democracia, y no entrar en el escenario de confrontación buscado por la derecha. Esa paz política busca el chavismo, eso parece querer la mayoría de la población venezolana.
El otro objetivo será –a veces relegado por la urgencia ante el asedio - transformar la Constitución para avanzar en el proyecto histórico comenzado en 1999. Esos cambios necesarios ya se debaten en asambleas populares en las comunidades, tomarán toda su dimensión una vez instalada la ANC que tendrá entre sus manos una responsabilidad histórica. Será la segunda vez que ocurra desde 1999. El chavismo ofrece puertas de participación democrática que nunca permitirían en sus países los gobiernos que hoy la atacan.

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