La fe en Dios ¿Devoción o Negocio?
Por: Deisy Viana
Si la fe mueve montañas, algunos han aprendido a mover beneficios con ella. Comerciantes y políticos han sabido sacar provecho de la fé de la gente. En tiempos en los que la espiritualidad debería ser un refugio de paz y justicia, encontramos que el nombre de Dios es usado para justificar intereses personales, manipular conciencias y abrir puertas a negocios disfrazados de devoción.
Las imágenes son elocuentes: discursos encendidos que apelan a la fe para ganar adeptos, movimientos que utilizan la religión como bandera para justificar decisiones que poco tienen que ver con los valores cristianos. Iglesias convertidas en emporios económicos, líderes religiosos que acumulan poder y seguidores más fieles a un hombre que al mensaje puro del Evangelio. La fe, en muchos casos, ha dejado de ser un acto de entrega y comunión para convertirse en una herramienta de influencia y rentabilidad.
Cuando la religión se convierte en un instrumento de poder, la consecuencia más inmediata es la desconfianza. Cada vez más personas miran con escepticismo los actos de quienes dicen hablar en nombre de Dios, pero cuyas acciones contradicen las enseñanzas de humildad y servicio. La fe, en lugar de ser un puente de unión entre las personas, se convierte en una excusa para la manipulación social.
Familias enteras son influenciadas por discursos que no promueven el amor al prójimo, sino la obediencia ciega a figuras terrenales. En nombre de Dios, se han justificado injusticias, guerras, exclusiones y condenas a quienes no encajan dentro de ciertos moldes. En lugar de ser una herramienta de crecimiento espiritual, la fe se convierte en una mercancía al mejor postor.
Ante este panorama, la pregunta inevitable es: ¿qué pasaría si volviéramos al verdadero sentido de la fe? Si en lugar de utilizar la religión para obtener ventajas personales, se promovieran los valores esenciales de la compasión, el respeto y la igualdad, la sociedad sería distinta. Las familias vivirían con mayor armonía, y los individuos encontrarían en su espiritualidad un verdadero refugio de paz.
Creer no debería ser un acto condicionado por estructuras externas o discursos que buscan manipular. La fe genuina nace del corazón, de la convicción de vivir en armonía con los demás y con principios de justicia y amor. Retomar este sentido profundo permitiría una transformación real en la manera en que nos relacionamos y construimos comunidad.
Para reflexionar sobre esto, recordemos las palabras de Jesús:
"No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos."— Mateo 7:21
No nos dejemos engañar porque Dios no puede ser burlado. La fe no debería ser un instrumento de poder, sino un camino hacia la verdad, la justicia y el amor que al final de cuentas fue el mensaje que nos dejó Jesús.