La dialéctica del migrante venezolano
Por: Oscar González Ortiz
Las altaneras frases “Dile a Chávez que te ayude” o “Aquí mando yo, Maduro en Miraflores” no son simples reacciones emocionales ni consignas callejeras, son síntomas de una fractura histórica. Cuando un sector de venezolanos celebraba el éxodo migratorio como supuesta “liberación”, mientras medios internacionales primero lo mostraban como drama humanitario y luego como amenaza criminal, se revelaba un guión geopolítico antiguo: el mismo que en el siglo XIX convirtió a Bolívar de Libertador en “peligro para la estabilidad continental”.
Hoy, cuando los migrantes venezolanos son estigmatizados como delincuentes o terroristas, se repite el manual de demonización que antes usaron contra la Revolución Cubana: primero incentivar la salida masiva, luego criminalizar a los exiliados, y finalmente justificar bloqueos y asedios. La paradoja es cruel: el país que exportó libertadores ahora exporta chivos expiatorios.
Simón Rodríguez en la era digital
¿Qué habría hecho el maestro del Libertador con un celular en la mano? Si Simón Rodríguez resucitara hoy, probablemente comenzaría por hackear el relato dominante. El pedagogo que enseñaba bajo árboles usaría TikTok para desmontar fake news, organizaría asambleas por Zoom para combatir la burocracia, y convertiría WhatsApp en herramienta pedagógica. Su lema “Inventamos o erramos” encontraría eco en cooperativas que usan blockchains para el trueque de medicinas, o en jóvenes que mapean corrupción con drones artesanales.
Rodríguez no se conformaría con hablar de producción, exigiría productividad revolucionaria: escuelas donde se reparen computadoras mientras se estudia historia, campos petroleros que sean también laboratorios de energía solar, aduanas convertidas en centros logísticos de conocimiento. El caso de Singapur y Vietnam ofrece claves, pero no recetas. Ambos países entendieron que la soberanía tecnológica es el nuevo campo de batalla: Singapur convirtió la disciplina en algoritmo de desarrollo; Vietnam transformó la postguerra en fábrica global. Su secreto no fue copiar modelos… adaptaron su ADN a la cultura.
Venezuela, con las mayores reservas de petróleo y coltán del mundo, podría escribir un manual distinto: petróleo inteligente (extracción limpia con reinversión en educación), agro-tecnología comunal (drones campesinos para optimizar cosechas), y diplomacia de saberes (exportar crudo y patentes de biotecnología tropical).
La manipulación contra migrantes venezolanos obedece a una lógica profunda: el miedo al ejemplo. Cuando médicos venezolanos en Perú organizan consultorios populares, o ingenieros en Chile crean startups para reciclar agua, demuestran que la formación bolivariana —cuando es auténtica— produce competencia con conciencia.
Esto desmonta el relato del “venezolano pobre e ignorante”. El verdadero “delito” de estos migrantes no es ser peligrosos, es ser peligrosamente talentosos pese a las sanciones que buscaban hundirlos.
Producir es liberación
El camino hacia la productividad real exige tres revoluciones simultáneas:
1. Revolución contra el papeleo: sustituir ministerios obsoletos por aplicaciones descentralizadas donde un campesino pueda registrar tierras con selfie y geolocalización.
2. Revolución de las prioridades: que cada pozo petrolero financie un centro de investigación en energía alternativa.
3. Revolución pedagógica: escuelas donde se aprenda a programar antes que a memorizar eslóganes.
El burocratismo se derrota con audacia tecnológica y control obrero real. Vietnam pasó de arrozales a su propia modalidad de Silicon Valley en 30 años porque su reforma agraria incluyó Wifi en cada aldea. Venezuela tiene ventajas superiores: tierra fértil todo el año, mentes brillantes acostumbradas a resolver lidiando con escasez, y una diáspora que —si se convoca con inteligencia— puede ser red neuronal de desarrollo.
Cuando un venezolano en el exterior es tildado de “terrorista” por enviar remesas de conocimiento, o cuando se burlan de quienes invocan a Chávez en su lucha cotidiana, estamos ante el mismo miedo de siempre: el que sintieron las oligarquías cuando Bolívar cruzó los Andes. La pregunta no es por qué nos difaman, es que comencemos a preguntarnos “qué haremos con nuestra capacidad de resistir creando”. Como tal vez diría Simón Rodríguez: “La verdadera independencia viene en bytes y tractores; evitemos los discursos”. Venezuela no necesita compasión, necesita audacia para convertir su crisis en laboratorio del postcapitalismo.