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Tras los Pasos de la Doña Florinda de tu Calle

Por: Deisy Viana

Déjame contarte que en un rincón de cualquier comunidad, hay ecos de un personaje que, aunque ficticio, parece cobrar vida en actitudes y comportamientos de la realidad. Es la mañana y, entre charlas de la tardecita y saludos ocasionales, se escucha a alguien criticar al vecino o a la vecina, en un tono de superioridad, presumiendo lo que supuestamente tiene o "es" mientras que los otros no.  Es Doña Florinda que no está lejos de aparecer en carne y hueso en nuestras dinámicas sociales.

Doña Florinda, inmortalizada en la serie El Chavo del 8, se presenta como un recordatorio constante de un comportamiento que, aunque caricaturesco en la pantalla, es tristemente habitual. Su andar altivo y su trato despectivo reflejan una actitud de superioridad que muchos adoptan en el día a día. No es necesario vivir en la vecindad del Chavo para encontrarnos con quien minimiza al otro para engrandecerse, en especial cuando las diferencias económicas o sociales entran en escena, o por el simple nombre de "jefe" "líder" o "vocero"

En la vecindad ficticia de la Tv, Doña Florinda es el símbolo de una lucha por destacar en un entorno donde todos enfrentan carencias. En la realidad, encontramos a quienes, como ella, se esfuerzan por proyectar un estatus superior, despreciando a quienes consideran "menos". No se trata solo de posesiones materiales, sino de una actitud que busca afirmarse en la comparación constante.

Pero, ¿qué impulsa este comportamiento? Quizás sea el reflejo de inseguridades profundas o de una lucha por validación en una sociedad que ha sobrevalorado el tener y el aparentar sobre el ser. Doña Florinda no solo se ve en su desprecio hacia Don Ramón, sino también en la necesidad de defender su hijo Kiko como el único "bien educado", dejando entrever una mezcla de orgullo, aislamiento y clasismo.

La conversación de barrio se interrumpe cuando alguien menciona cómo aquel que presume más suele ser el que más teme mostrar su vulnerabilidad. Porque detrás de cada gesto altivo o palabra despectiva, hay una búsqueda de algo más profundo: aceptación. Pero cuando esta aceptación se basa en destacar sobre otros, las relaciones se vuelven frágiles y el aislamiento crece.

En la vida real, la "Conducta Doña Florinda" no solo afecta a quien la adopta, sino que erosiona la posibilidad de una comunidad más unida. La exclusión, el clasismo y la falta de empatía que generan este comportamiento son muros que nos alejan de relaciones auténticas y solidarias.

El sol empieza a descender en la comunidad. Los ecos de la charla matutina dan paso al silencio reflexivo. Es momento de romper con los patrones de superioridad y reconstruir nuestras interacciones desde la humildad y el respeto. No se trata de aparentar, sino de conectar. No es cuestión de dominar, ni de competir sino de compartir, recordando que nadie es más ni menos que nadie.

Filipenses 2:3 resuena como un recordatorio para todos: "Nada hagan por contienda o por vanagloria; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a sí mismo." Una invitación a mirar a nuestro alrededor con empatía, a construir relaciones más humanas y auténticas. Quizás, así, la sombra de Doña Florinda se desvanezca de nuestras calles y corazones, dejando espacio para una comunidad menos egoísta, más empática, unida y solidaria.
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