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Redes, sanciones y montañas sagradas: ¿La guerra invisible del pueblo venezolano?


Por: Oscar González


En el siglo XXI, las batallas no se libran en campos abiertos; están diariamente en las pantallas de los teléfonos, tablets o computadoras. Una fotografía o un video editado pueden ser tan letales como una bala, y su impacto —sin verificación ni contexto— se propaga como un virus digital. Agradezco a quienes, con escepticismo y rabia, me alertan: “¿Viste el video de la niña en silla de ruedas? La ayudaron, pero nadie preguntó si después volvió a caminar”.

Este fenómeno no es casual, es la trivialización de la solidaridad convertida en “emoticones”. Mientras tanto, en el laberinto de la geopolítica, un general español del siglo XIX proclamó: “Todo buen español debería mear siempre mirando a Inglaterra”. Hoy, parafraseando a Simón Rodríguez —“inventamos o erramos”—, yo diría: “Todo buen venezolano debería mear siempre mirando al gobierno norteamericano”. No por sumisión, que sea por conciencia de que cada gota de orina simbólica es un acto de resistencia contra el bloqueo que quiere ahogar hasta el último suspiro de soberanía. 

Del Emoticón a la Hiperinflación

En la anatomía de un asedio moderno, lo irónico no es que existan sanciones, es que algunos venezolanos las defiendan como si fueran medicina amarga para una cura imaginaria. “Que sigan las mil sanciones, los bloqueos y la nueva arma: aranceles”, claman en redes sociales, mientras el dólar paralelo, promedio, personalizado o como quieras llamarlo —ese monstruo de mil cabezas— devora salarios, y el arancel del 25% a quienes negocien con PDVSA estrangula hasta el oxígeno económico. ¿Qué lógica sigue este castigo colectivo? 

Es simple: hiperinflación para que el pan cueste más que el sueldo mínimo, escasez para que los hospitales usen trapos como gasas, y deterioro de infraestructuras para que los ríos se lleven puentes como lágrimas. Parece que quieren que se realicen transfusiones con agujas reutilizadas; prácticamente no habrá otra opción. La pregunta es brutal: ¿Acaso la finalidad de estas medidas es que el pueblo se rinda por hambre? Pero Venezuela no es sólo un país, es una metáfora. Cuando subo a la montaña para “estar más cerca de Dios”, como dice una canción popular, no busco milagros, oriento perspectivas; en este mundo hay más religiones que niños felices. 

Desde allí veo a un pueblo que, pese a todo, sigue defendiendo la primera revolución del siglo XXI. Las lanzas, cañones y espadas de Simón Bolívar están transformadas en creatividad: pescadores que truecan pescados por medicinas, maestros que enseñan matemáticas con semillas, y amas de casa que convierten botellas en filtros de agua. Esta es la guerra de las neuronas y las redes WiFi; Elon Musk podrá tener satélites, pero nosotros tenemos a la señora Carmen, que alimenta a diez niños con una olla de lentejas. 

¿Por qué tanto ensañamiento? La respuesta podría estar bajo el lago de Maracaibo o en lo que en un tiempo llamábamos la faja bituminosa del Orinoco, en las reservas de petróleo más grandes del mundo, en las reservas de gas en el oriente, o en el coltán del Amazonas, codiciado por la industria tecnológica. Pero hay algo más profundo: el miedo a un pueblo que, como proclamó Hugo Chávez, “lleva en su ADN la semilla de la rebeldía”. 

Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar, enseñó que: “La América Española es original =  ORIGINALES han de ser sus Instituciones y su Gobierno = y ORIGINALES los medios de fundar uno y otro”. (Sociedades Americanas, 1842).

Hoy, esa originalidad se traduce en resistir: unidad, lucha batalla y victoria. No son eslóganes, es la estrategia de supervivencia.

La guerra más cruel es la psicológica;  las redes sociales, armas de desmoralización masiva, repiten hasta el cansancio: “Venezuela fracasó”. Pero en los barrios, donde las paredes tienen grietas pero los corazones no, persiste el mantra: “Chávez nos enseñó a pelear, no a rendirnos”. No es nostalgia, es táctica. Como los esclavos cimarrones que usaban tambores para comunicarse, hoy usamos hashtags: #ResistirEsCrear, #SancionesSonCrimen. La foto del Comandante en la sala humilde no es culto, es recordatorio de que, alguna vez, un hombre le dijo a los pobres: “Ustedes importan”. 

Esta guerra no se gana con cañones, requerimos solidaridad. Cuando un niño especial recibe una silla de ruedas y alguien filma el acto para redes, lo importante no es el video, importa que ese gesto active cadenas: que otros donen medicinas, reparen postes de luz, enseñen a leer. La montaña sagrada a la que subo no es un lugar físico: es la cumbre colectiva de un pueblo que, aunque sangra, sigue creyendo en su poder para reinventarse. Como dijo el poeta Juan Calzadilla: “No somos héroes, somos testigos de lo que puede el hombre cuando no le queda nada”. Y en Venezuela, cuando no queda nada, siempre está el pueblo atento a reinventarse.

Por eso digo, te agradezco Señor, por un día más. Somos parte de la historia, estamos defendiendo la primera revolución del siglo XXI, y la identidad está en el pensamiento bolivariano enmarcado en las tres raíces históricas.


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