Lealtad deshilachada: El dilema venezolano, entre la traición histórica y la esperanza colectiva
Por: Oscar González
El venezolano despierta con la bilirrubina alta, pero no por enfermedad: por pasión. Mientras temprano al amanecer, padres e hijos caminan a orillas de carreteras polvorientas hacia escuelas con algunas necesidades, campesinos amasan arepas antes del ordeño, otros esperan que pase el transporte para ir al trabajo. Hay algo más que rutina en estos actos. Hay una lealtad silenciosa a un país que, pese a todo, insiste en existir.
Pero ¿lealtad a qué? ¿A un proyecto político, a una identidad, o simplemente a la terquedad de no rendirse? La pregunta está presente desde los tiempos de Bolívar, traicionado por sus compañeros en Santa Marta, hasta el chavismo del siglo XXI, donde la palabra “lealtad” se repite como un mantra en redes sociales, pero se desvanece en los pasillos del poder. En un país donde hasta la arepa ha sido víctima de la escasez, la lealtad no es un valor abstracto: es un recurso escaso, negociado en mercados paralelos de ideologías y supervivencia.
Lealtad en tiempos revolucionarios, de Bolívar a Chávez
Simón Bolívar, en sus últimos días, luchaba contra la tuberculosis y contra la deslealtad de sus generales, como Santander y Páez, que conspiraban mientras él escribía cartas desesperadas pidiendo unidad. “He arado en el mar”, dijo, reconociendo que la traición había minado su sueño de integración.
Dos siglos después, Hugo Chávez heredó esta paradoja. Transformó la lealtad en un “estilo de vida”, un pacto no escrito donde apoyar su proyecto era sinónimo de patriotismo. Sus seguidores coreaban “¡Con Chávez todo, sin Chávez nada! Hoy, la imagen de Chávez compartida en redes sociales por los chavistas no es nostalgia: es un testigo de que la lealtad, en Venezuela, siempre ha sido un campo de batalla.
La lealtad como mercancía, entre el dólar y el WhatsApp. Al respecto, en la Venezuela actual, la lealtad parece cotizarse en divisas. Un funcionario público jura lealtad al gobierno, pero muchos actos administrativos requieren seguramente algún pago en dólares para “habilitar” —o sea, se realice con mayor rapidez o salga—; otros critican lo que llaman régimen, pero compran gasolina subsidiada para revenderla; también gustan de comprar con dólar BCV, pero vender a dólar paralelo o al que está de moda: “dólar promedio”. Este doble juego no es inmoral: es supervivencia. Las redes sociales, donde se viralizan tanto selfies con la bandera como memes contra el gobierno, han convertido la lealtad en un producto escurridizo.
¿Cómo medirla? No hay algoritmos ni encuestas que capturen la complejidad de ser “tres cuartos o medios leales”: apoyar las Misiones Sociales, pero no rechazar la corrupción, o añorar la estabilidad chavista mientras se navega en el mercado paralelo. La palabra, otrora “documento” de honor, hoy se devalúa más rápido que el bolívar.
Lealtad 2.0 ¿Tecnología o Comunidad?
Mientras el mundo avanza hacia la inteligencia artificial, Venezuela enfrenta una paradoja: la hiperconectividad no fortalece la lealtad, parece más que la fragmenta. Los mismos campesinos que siembran esperanzas en parcelas, sin gasoil, usan WhatsApp para denunciar la inseguridad rural. La tecnología, en lugar de unir, expone las costuras de comunidades donde la lealtad se mide en likes a publicaciones oficialistas o críticas virales. Pero en este panorama desolador, surgen respuestas inesperadas:
1. Lealtad comunal: En barrios como Petare, comedores comunitarios organizados por vecinos reflejan lealtad horizontal. No esperan al Estado, intercambian servicios, desde clases de matemáticas hasta reparación de tuberías, creando redes de confianza más sólidas que cualquier juramento político; 2. Lealtad productiva: Entidades agrícolas en Barinas usan TikTok para enseñar técnicas de siembra contra plagas y sequías. Su lealtad no es a un partido, es a la tierra que les da sustento; 3. Lealtad cultural: Encuentros culturales son financiados por fondos de la gente / fondos masivos / fondos colectivos, manteniéndose viva la identidad trascendiéndose banderas políticas. Como dijo el poeta Aquiles Nazoa: “La cultura es la única patria que no se vende”.
¿Qué harían Bolívar y Chávez? La pregunta no es equivocada, repregunto ¿qué harían? La consulta evidencia una trampa: buscar respuestas en el pasado para problemas del presente. Bolívar, traicionado, no resolvería la deslealtad actual; Chávez, en un mundo de criptomonedas y sanciones, tampoco. La verdadera pregunta es: ¿Qué podemos hacer nosotros? La respuesta está en redefinir la lealtad como participación activa. Ejemplos no faltan: a) Auditorías comunales o las UBCH que monitoreen la distribución de gasoil, exponiendo desvíos en tiempo real; b) Educación política, talleres en escuelas donde enseñemos historia crítica; c) Contraloría social tecnológica: Apps (Aplicaciones) para reportar fallas en servicios públicos, creadas por universidades autónomas.
Lealtad, ¿Último refugio de los inocentes? Ser venezolano hoy es un acto de lealtad a lo imperceptible: al olor del café recién colado en una casa sin luz, al saludo del vecino que comparte agua cuando ya tenemos los tobos vacíos, a la terquedad de creer en la palabra “patria” (ésta no es un eslogan). La lealtad no está en extinción: está mutando.
Ya no es un pacto con caudillos, es un compromiso con quienes comparten la cola para adquirir gasolina subsidiada, la cola para comprar el pan o el viaje en una buseta destartalada. Después de ver la enorme campaña publicitaria contra los venezolanos realizada por venezolanos, la solicitud de más sanciones, solicitadas por venezolanos o la subida del dólar paralelo diariamente, pareciera que la realidad se enmarcara como lo escribió Adriano González León: “Venezuela existe porque algunos insisten en nombrarla”. La lealtad, al final, es seguir nombrando, sembrando y caminando, incluso cuando el mapa se desdibuja. Porque, como el campesino que ora para que no lleguen plagas, sabemos que la esperanza es el único cultivo que nunca se pierde. La Lealtad es un estilo de vida.