De ciruelas y gasoil: La siembra política en el laberinto del pueblo
Por: Oscar González
En los caminos de Venezuela, donde las ciruelas cuelgan como promesas incumplidas y los mangos maduran bajo un sol indiferente —continúo con la temática de las frutas—, la política huele a tierra seca y gasoil escaso. Doce años después de la siembra de Hugo Chávez, su legado no es un árbol frondoso, parece una semilla en disputa: ¿fertilidad o infertilidad? La pregunta está en cada surco abandonado, en cada tractor varado por falta de combustible, en el campesino que recibió semillas “ligadas” —híbridos que esclavizan en vez de liberar.
Como dijo Arturo Uslar Pietri, “Sembrar el petróleo”, no fue una advertencia. Hoy, el desafío no es sembrar crudo, es cosechar soberanía en un país donde la gasolina subsidiada es una larga cola; del éxodo al combustible, cuando la tierra pide logística, no discursos. En el Génesis, José almacenó grano para siete años de vacas flacas; en Venezuela, se requiere gasoil para las cosechas. “¿Cómo mover maquinarias, plantas y tractores sin combustible?”, pregunta un agricultor en Calabozo, mientras observa como queman la orilla de la carretera —práctica ancestral que hoy parece grito de desespero, no ritual—. La quema, contamina el aire y enferma a niños, es síntoma de un mal mayor: la ausencia de políticas que entiendan el campo como un sistema, no como un discurso. Chávez, con su “Yo no soy yo, soy un pueblo”, quizás imaginó el campo autosuficiente, pero la realidad son camiones detenidos y campesinos orientando acciones para sembrar. Seguramente Simón Bolívar, en su furia liberadora, apreció que el ejército requería de la agricultura como del aire.
Dos siglos después, los ejércitos son invisibles: son tractores oxidados, campesinos migrando a ciudades, e instituciones que confunden el repartir semillas transgénicas con sembrar futuro. “Las semillas buenas son como la fe: si no las cuidas, se las lleva el viento”, dice una abuela en Ortiz, mientras muestra un puñado de maíz criollo que guarda como reliquia.
¿Revolución agraria o mercado de espejismos?
Entre el gasoil y la basura, en Altagracia, Ortiz y Cabruta, la entrada a los pueblos está bajo largas distancias de basura. Será falta de vertederos, descuido o serán mensajes cifrados. “Parece que no hay vertederos, ni gasoil, ni luz; sólo sobras de un país que olvidó sembrar”, dice un joven que improvisa un huerto entre desechos. La paradoja es cruel: Venezuela, capaz de exportar petróleo ¿no puede distribuir gasoil agrícola?
Los camiones que deberían llevar fertilizantes, que transportan insumos y productos; las carreteras que deberían unir cosechas con mercados son cicatrices de tierra y huecos. Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar, diría hoy: “Inventen un sistema que no dependa de la distribución del gasoil o de quemar basura”. Pero inventar exige lo que escasea: electricidad estable para riego, créditos sin burocracia, y líderes que vean el campo como un ecosistema, no como un botín.
Jesús dijo: “Dad a César lo que es de César”, pero en Venezuela, César se queda con el gasoil subsidiado, y Dios no responde por las cosechas perdidas, semillas ligadas y sueños transgénicos. ¿Quién controla el futuro? Las semillas transgénicas, promovidas como solución mágica, son un arma de doble filo. Exigen agroquímicos caros, endeudan al campesino, y matan la biodiversidad. “Nos dan semillas como quien da migajas: para que volvamos a mendigar”, denuncia un productor en Valle de la Pascua. El Comandante Chávez, que nacionalizó el petróleo, seguramente rechazaría esta sobrevenida dependencia neocolonial.
La seguridad agroalimentaria no puede ser un término vacío: ¿de qué sirve tener tierras si no hay vías para sacar los frutos, ni gasoil para mover la maquinaria, ni electricidad para refrigerar, ni seguridad física y jurídica? La respuesta no está en “fe en Dios”, requerimos de políticas concretas: Redes logísticas comunales; camiones que distribuyan gasoil con transparencia, auditados por consejos campesinos o comunales; bancos de semillas criollas. Rescatemos las variedades ancestrales, como hizo José con el trigo en Egipto, pero sin faraones corruptos. Podemos imaginar energía solar para el campo, paneles que eviten que los cultivos mueran en apagones.
La cosecha que no espera. Lo reiteramos, Uslar Pietri advirtió: “Hay que sembrar el petróleo”. Hoy, toca sembrar conciencia. La basura en las entradas de los pueblos no es sólo basura: es el rostro de un sistema que prioriza importar alimentos sobre producirlos. La seguridad agroalimentaria no será un decreto, es un acto colectivo: dejar de quemar caminos, exigir gasoil con auditorías públicas, y proteger las semillas como patrimonio nacional.
Nos toca a nosotros, al pueblo, convertir las ciruelas en símbolo de resistencia, los mangos en moneda de trueque, y la basura en acciones de reciclaje para que, en el futuro, la política al fin sea fértil. Porque, como dice el joropo: “Arroz con mango sabe bien… si hay con qué cocinarlo”.