La taza de café que lo cambio todo
Julio Ramos
El aroma a café recién hecho llenaba la pequeña cafetería, un velo dulce y embriagador que se entremezclaba con el perfume de Carolina. César, sentado frente a ella, observaba entre sorbos de café cómo el vapor acariciaba su rostro, dejando un brillo húmedo en sus labios carnosos. Carolina, con su blusa de seda que apenas contenía el exuberante volumen de su pecho, jugueteaba con la cucharilla en su taza, sus ojos oscuros y profundos mirando fijamente a César, un desafío velado en su mirada.
Habían estado hablando diversos Temas, desde historia, música, moda incluso el tema de moda el enpoderamiento de la mujer, pero la tensión entre ellos era palpable, un hilo invisible que los unía más allá de las palabras.
El contacto visual era un juego de seducción, una danza silenciosa de miradas que prometían mucho más que una simple conversación. César, con un movimiento casi imperceptible, estiró su mano y rozó ligeramente la de Carolina. Ella no se apartó, sino que dejó que su mano permaneciera ahí, un contacto fugaz pero electrizante.
De repente, Carolina dejó caer la cucharilla con un pequeño tintineo. El silencio se volvió aún más denso, cargado de una anticipación que apenas podían contener. César se inclinó hacia adelante, su voz apenas un susurro:
—Este café… —dijo, su mirada fija en los labios de Carolina—…me recuerda a ti. Tan dulce, tan intenso…
Carolina sonrió, una sonrisa que prometía mucho más que una simple cortesía. Sus dedos, con un ligero temblor, acariciaron la taza, el calor del café reflejando el fuego que ardía en su interior.
—Y tú, César —respondió, su voz baja y sensual—…me recuerdas a alguien que quise mucho, pero que en estos momentos no quiero recordar..
Sus dedos se rozaron de nuevo, esta vez con más intención. La electricidad recorría sus cuerpos, una corriente que los unía en una tensión sexual palpable. El ruido de la cafetería se desvaneció, el mundo exterior desapareció, solo existían ellos dos, en un universo de miradas y caricias veladas.
César deslizó su mano por el brazo de Carolina, acariciando la suave piel de su antebrazo. Ella arqueó ligeramente la espalda, respondiendo al contacto con un jadeo suave. Sus dedos entrelazaron los suyos, la presión suave pero firme. Los ojos de Carolina brillaban con deseo; sus labios, ligeramente entreabiertos, mostraban una invitación tácita.
César se acercó aún más, sus labios rozando los de ella, un beso ligero, un anticipo de lo que estaba por venir. Un beso, ella le dijo con voz sensual, Cuando decido besar lo hago profundo, húmedo el le tomo la palabra y acercándose a ella sus labios se juntaron en un beso, largo y asesinado.
Ella sintió como su piel se erizaba mientras su corazón latía cada vez más fuerte, sus manos recorrieron su cuerpo como queriendo descifrar sus tatuajes escondidos bajo su ropa.
El aroma del café se desvaneció, reemplazado por el embriagador perfume de su piel.
La cafetería, con sus ruidos y su gente, se volvió un mero telón de fondo para una escena que solo ellos dos compartían, un encuentro apasionado que empezaba con un café y prometía mucho más que un simple encuentro casual. En un hotel..