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Crónica de la vida cotidiana. Plaza Bolívar de Valle de la Pascua. 

Julio Ramos. 

La Plaza Bolívar de Valle de la Pascua, un respiro en el ajetreo del centro. El zumbido de las motos y el cornetas de los vehículos se entrelazan con el cantar de los pájaros, una curiosa sinfonía urbana que se completa con los gritos incesantes de un Vendedor de pan, "aquí le tenemos el parampampan a la orden", dice repetidamente, confundiendose con el de los conductores "Chaguaramas, Chaguaramas saliendo",  frente al bullicioso comercio asiático, el antiguo y recordado restaurante “El Mástranto”. Iguanas, imperturbables, se deslizan por los troncos de los árboles, subiendo y bajando con una familiaridad que las convierte en vecinas más de la plaza. Algunas observan, vigilantes, a los que transitamos por allí, mientras otras se dedican a su plácida vida comiendo hojas de los frondosos árboles.

El repicar electrónico, a cada hora en punto, de las campanas de la iglesia Nuestra Señora de la Candelaria rompe la calma. Es un sonido reconocible y entrañable que convoca, a los católicos que pasan, a la señal de la cruz, un pequeño ritual público de fe en medio del ir y venir de la gente. 

El sol, imponente en el cielo llanero, exige una tregua, una búsqueda de refrigerio bajo la sombra. El raspao de “Gocho”, un vendedor con más de cincuenta años de historia en la plaza, se convierte en el centro de una conversación improvisada, amena y refrescante. La compañía es gratuita, el momento, inestimable.

Diversas confesiones y creencias confluyen en este espacio. Un niño se acerca, con una sonrisa tímida, y me entrega un pequeño papel. "Buenos días. Aquí le traigo un mensaje de Dios", dice antes de desaparecer entre entre sus amigos. El papel, que me entrego con una caligrafía sencilla, contiene una frase: "Entrega tus cargas a Dios". Varios jóvenes, con mensajes similares aunque diferentes, distribuyen esa serenidad a quien lo recibe. 

El gesto me remonta a una experiencia personal, hace más de veinticinco años, cuando llegué a esta misma plaza, agobiado por problemas económicos. Recuerdo haber pedido a Dios en este mismo lugar, solicitando auxilio, y la respuesta llegó poco después, ¿como llego.?.  Eso es otro relato. 

Visitar la Plaza Bolívar de Valle de la Pascua es más que una visita; es una experiencia multisensorial. Es un momento para la reflexión, para observar la vida que pulsa a su alrededor, para buscar la tranquilidad en el bullicio. 

Es un espacio para buscar sosiego ante las dificultades, para estrechar lazos inesperados con amigos, antiguos y nuevos. Es un lugar rico en detalles, en la vida misma, que solo quienes se toman el tiempo para observar, podrán apreciar en su esplendor. Es un espacio lleno de la cotidianidad y la espiritualidad; un lugar donde la historia se respira junto con la fe.

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