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Una cancha y un balón… y a jugar

Oscar Humberto González Ortiz

Después de pedirle a un niño unas palabras para Dios, continuamos el rumbo hacia la comunidad de Vista Hermosa. A medida que el conductor se adentra en la comunidad por una vía que no reconozco, el paisaje se transforma, y el urbanismo da paso a un entorno más natural. Las calles, se convierten en caminos de tierra que serpentean entre casas y árboles dispersos.

De repente, encontramos un terreno en que se erige una improvisada cancha de fútbol; las arquerías consisten en un par de piedras de cada lado que son testigos mudos de la creatividad y alegría infantil. Al observar a los niños que juegan, algunos descalzos sobre el terreno irregular, es imposible no contagiarse de su entusiasmo. La risa y gritos vibrantes suenan en el aire, creando una sinfonía de felicidad que contrasta con la calma del entorno.

Los pequeños corren tras el balón con inagotable energía, organizados en dos equipos improvisados; celebran cada jugada como si fuera un triunfo monumental. Este momento evoca la esencia del fútbol como deporte universal: un juego que trasciende barreras sociales, donde la única regla es disfrutar. La escena me transporta a épocas pasadas, cuando las canchas eran simplemente espacios abiertos en los que los sueños cobraban vida.

Históricamente, el fútbol en determinadas fechas es una pasión global; aquí, en este rincón de la ciudad, se revive esa esencia pura: los niños no necesitan más que un balón y su imaginación para convertirse en héroes por un día. Detenemos el vehículo para continuar viendo el juego más de cerca, las imágenes quedan grabadas en mi mente, así como la autenticidad de su libertad con la que juegan.

En tiempos en los que la tecnología aísla a las personas, en estos momentos se resalta la importancia del juego al aire libre como medio para construir relaciones significativas; los jóvenes fortalecen compartiendo risas y experiencias, cada gol convertido es una celebración de la vida misma, donde lo único que importa es el presente y la camaradería entre jugadores. Sin duda, este encuentro fugaz enseña que la verdadera felicidad reside en los instantes simples pero significativos compartidos.

La escena era el reflejo de la pasión que el fútbol despierta en los corazones, los chicos jugaban con un balón que, más que esférico, parecía un remanente de guerra, desgastado. Sin embargo, su entusiasmo era contagioso; el juego no dependía del estado del balón, sino del espíritu con el que se juega.

Al acercarme adonde jugaban, les propuse un emocionante reto: “¿Qué tal si jugamos a la papa caliente? El ganador se llevará un balón nuevo”. Sus rostros se iluminaron ante la perspectiva de una nueva oportunidad para jugar. No obstante, lo que inicialmente prometía ser una jornada de alegría pronto se tornó en una lección amarga sobre la naturaleza competitiva del ser humano.

La cancha, un aula

Cuando el primer joven perdió, su reacción fue desproporcionada; su enojo se desató como un volcán en erupción, convirtiendo a sus amigos en enemigos en un abrir y cerrar de ojos. Esta situación llevó a reflexionar sobre cómo los valores que inculcamos en los hijos pueden moldear su capacidad para lidiar con la frustración.

En espacios deportivos donde cada derrota puede sentirse como una traición personal, es vital enseñarles que perder no es el fin del camino, es una parte inherente del juego. Históricamente,  atletas como Michael Jordan compartieron sus experiencias sobre cómo las derrotas forjan el carácter, llegando a expresar: “Para aprender a tener éxito, primero debes aprender a fracasar”. Otro ejemplo en diferente contexto, Thomas Edison dijo: “No he fallado. Sólo he encontrado 10.000 formas que no funcionan”. Este tipo de mentalidad es fundamental para cultivar resiliencia en los jóvenes.

A medida que alentamos a estos chicos a seguir jugando después del incidente, aprecié que el verdadero aprendizaje radica en cómo enfrentamos los desafíos y decepciones. A pesar de los esfuerzos por calmar al joven molesto recordándole el valor del juego en equipo y la amistad, su rabia lo llevó a golpear con una fuerte patada a uno de sus compañeros.

Este acto impulsivo generó incomodidad entre ellos, por tal motivo, enseguida                                                                                                          se subrayó la importancia de gestionar las emociones en situaciones competitivas. En lugar de ver el juego como una mera competencia por un premio material, deberíamos enfocarnos en las lecciones sobre trabajo en equipo y respeto mutuo.

Finalmente, después de felicitar al joven ganador y animar a todos a continuar disfrutando del juego, entendí que esa tarde había sido mucho más que un simple juego. Fue la oportunidad para sembrar semillas de reflexión sobre la vida misma: aprender a levantarse tras una caída encontrando alegría incluso en medio de las derrotas. En este sentido, el fútbol es un poderoso maestro enseñándonos lecciones vitales sobre cómo transitar este camino llamado vida.

 

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