Hijos… Ingratos o Desagradecidos
Por: Óscar Humberto González Ortíz
No es nada fácil ver cómo pasa el tiempo. Nuestros padres envejecieron, pasamos de ser cuidados a cuidadores, la ecuación de la protección se invirtió, es tiempo de pagar un poco lo mucho que ellos hicieron por cada uno de nosotros. Algunos vuelven a ser niños en cuerpo de ancianos. La vida, con el inexorable paso de los años, presenta un ciclo fascinante y a menudo conmovedor: al observar cómo nuestros padres, quienes una vez nos brindaron su amor y protección, se convierten en los adultos mayores que ahora requieren de nuestro cuidado. Es inevitable reflexionar sobre la inversión emocional que representa esta transformación. Así es, la ecuación de la protección se invierte, y nosotros, en un giro inesperado del destino, estamos en el papel de cuidadores, recordando las lecciones de sacrificio que fueron enseñadas.
Este proceso implica un acto de retribución, y una oportunidad para redescubrir la esencia de la infancia que a veces parece perdida; en sus ojos cansados, podemos ver destellos de aquellos momentos inocentes que compartimos. En este viaje de dar y recibir, se entrelazan historias de generaciones, donde cada gesto de cuidado es un hilo que refuerza los lazos familiares. Así, al cuidar de ellos, también nos cuidamos a nosotros mismos, reviviendo la conexión profunda que trasciende el tiempo y el espacio.
Encuentros para no olvidar
En una bella mañana, gracias a la invitación de Génesis, comenzamos la travesía hacia el cerro La Púa, en Valle de la Pascua, allí conocimos a la Sra. Luisa, adulto mayor de espíritu fuerte y ojos llenos de historias por contar. Le llevamos un dispositivo auditivo, pequeño aparato que simboliza mucho más que tecnología, representa la posibilidad de reconectar con el espacio que la rodea.
Al colocárselo, su rostro se iluminó con una alegría contagiosa, la emoción envolvió a todos; los abrazos se sucedieron uno tras otro, y por instinto protector, le pedí repetidamente que se calmara, temiendo que la felicidad desbordante pudiera causarle algún malestar. Gracias a su hija, quien siempre está atenta a la salud de ella, acudimos al llamado y entre lágrimas, le expresé un afectuoso “hasta luego”, sabiendo que habíamos hecho más que entregar un dispositivo: renovamos su vínculo con la vida.
Con el corazón aún latiendo fuerte por el encuentro con Luisa, partimos hacia otra comunidad de San Juan de los Morros, donde esperaba la Sra. Rosángel. Ella es una mujer admirable, a pesar de ser invidente y presentar discapacidad auditiva, su vida es la concentración de enormes desafíos de supervivencia. Al llegar a la calle donde reside, encontramos un pequeño obstáculo: el candado del portón para ingresar a la calle; sin embargo, una vecina amablemente abre el portón dejando el candado abierto para la salida. Este gesto desinteresado reflejó la solidaridad comunitaria que a menudo se encuentra en lugares como éste. Tocamos las puertas y ventanas de la casa de Rosángel con cierta ansiedad, el silencio inicial pronto fue interrumpido por ruidos internos que indicaban que estaba en el interior, en ese momento, comprendí lo valioso de cada encuentro en nuestra misión: cada persona tiene una historia única y un mundo interior rico en experiencias.
Mientras escuchábamos los ruidos provenientes del interior de la casa, una figura se acercó cautelosamente a la ventana, era Rosángel, quien, debido a su condición, no pudo abrir la puerta. En ese instante, imaginé lo complejo que es vivir en una casa donde la vista y el sonido no existen.
Le llevábamos unas baterías para su dispositivo auditivo y una bolsa con alimentos; pequeños gestos que, aunque simples, significaban un alivio en su día a día. El motivo de la visita surgió de un mensaje recibido en el celular, que resonaba en mis pensamientos: “Me has abandonado, necesito ayuda”. Esa frase, cargada de desesperanza, impulsó a actuar.
Regresamos por la tarde, tras avisar a un vecino para que abriera el portón y permitiera el acceso; esta vez sí ingresamos a la vivienda. El ambiente reflejaba tanto la calidez de un hogar como la soledad que lo habitaba. Con curiosidad, le pregunté si tenía hijos. Su respuesta fue desgarradora: cinco, uno se encontraba en el extranjero y los otros estaban repartidos en diversas regiones del país.
A pesar de su especial condición, ninguno parece prestarle atención a sus necesidades. Rosángel compartió historias de su vida cotidiana; cómo había intentado cocinar y se había quemado debido a la falta de visión y apoyo. En sus palabras se sentía una mezcla de frustración, incluso expresó su deseo de “no continuar viviendo”. En medio de su dolor, comprendí que necesita asistencia física y compañía. La vida es abrumadora para quienes enfrentan desafíos tan abrumadores. Es esencial recordar que detrás de cada historia hay un ser humano que anhela ser escuchado y comprendido.
Mientras la escuchaba, percibí que los mensajes que llegaban de su celular son enviados por uno de sus hijos. Hijo que, en lugar de ofrecer apoyo físico o emocional, se limita a pedir ayuda en su nombre. Esta revelación me dejó perplejo; era difícil comprender cómo alguien puede despojarse de la responsabilidad hacia la persona que le dio la vida.
En la historia de la humanidad, hemos visto ejemplos de abandonos y desatenciones, pero siempre hay un atisbo de esperanza en el cuidado familiar. Sin embargo, en este caso, esa esperanza se desvanece en un mar de indiferencia. El contraste entre el amor materno y la frialdad filial es abrumador. Seguramente, Rosángel dedicó su vida a criar a sus hijos, sacrificando sus propios sueños y bienestar, y ahora, en el momento más vulnerable, está sola, esperando que aquellos a quienes había dado todo respondieran con algo más que un mensaje.
En la tarde, recibí el agradecimiento por la visita, sentí una mezcla de tristeza, no pudiendo evitar preguntarme: ¿qué tipo de vínculo existe entre ellos? ¿Cómo es posible que un hijo no pueda ver más allá de sus propias necesidades y reconocer el sacrificio inquebrantable de su madre? La situación me llevó a reflexionar sobre la importancia del cuidado y la atención hacia nuestros seres queridos, especialmente en momentos de fragilidad.
En diversas culturas a lo largo de la historia, los adultos mayores han sido venerados y considerados portadores de sabiduría; no obstante, hoy muchos enfrentan el abandono en sus momentos más críticos. La falta de atención afecta a quienes son olvidados como también a aquellos que eligen ignorar sus responsabilidades familiares. Al salir de esa casa, mi corazón estaba pesado, me sentía desmotivado ante la realidad tan cruel que enfrentaba Rosángel.
La idea de que personas en esta situación de abandono, deberían ser atendidas en instituciones adecuadas, me parece cada vez más lógico. Sin embargo, comprendí que ayudar no siempre implica grandes gestos; a veces, simplemente estar presente puede ser suficiente para aliviar un poco del dolor ajeno. Así que decidí reflexionar sobre cómo podemos colaborar para enfrentar situaciones tan complejas como ésta, buscando formas concretas de brindar apoyo Es importante generar conciencia sobre la importancia del cuidado familiar.