Todo está bien, Si No Puedo Llevar la Cruz ¿Quién lo Hará?
Por: Óscar Humberto González Ortíz
En un rincón de mi espacio de vida, la adversidad, historias y resiliencia se entrelazan como hilos en un tapiz vibrante de colores. Mi madre, con su valentía inquebrantable, continúa enfrentando el Alzheimer mientras reposa tras la fractura de cadera, y yo, a mi vez, busco fortaleza para superar la rotura del cuádriceps que me ha limitado las actividades físicas. Por otro lado, un sobrino en el hospital, supera una infección respiratoria que le roba el aliento; mientras tanto, el hijo de Parra lidia con problemas de plaquetas y dengue en otro centro médico. En medio de esta tormenta, Mary me llama angustiada, solicitando ayuda para una niña de sólo cinco años que batalla contra el cáncer. La vida continúa su curso: una amiga se recupera de la lesión en el brazo y la señora que vende las ventanas menciona con preocupación los exámenes médicos que no sabe cómo enfrentar.
Con cada historia que escucho, siento como el peso de la angustia se mezcla con esperanza; por ejemplo, el padre de Lucía se recupera lentamente de problemas de tensión, José sigue luchando contra sus dificultades prostáticas y Nelson el “editor de la revista Soldado” no logro que lo ayuden para el desafío que enfrenta.
Sin embargo, también hay otras situaciones ineludibles: Torrealba sufre con su muela del juicio, Pedro enfrenta sus propios retos de salud, mientras la esposa de Luis busca alternativas ante sus problemas con el colon y Martínez espera ansiosamente ser llamado para su cateterismo; mientras ella espera la partida para el exterior de su hija y seguidamente renunciar a su trabajo. En este mar de incertidumbres, la pérdida también estuvo cerca: dos primos partieron hacia el descanso eterno. Así, entre lágrimas y emociones, recuerdo que cada día es un nuevo capítulo en la historia que compartimos llamada vida.
A lo largo de la existencia, cada persona enfrenta situaciones que llevan a cuestionar el destino, por lo que es de preguntarse en silencio: «¿Por qué yo, Dios?». Esta experiencia, como la cruz individual que todos llevamos sobre los hombros, puede parecer abrumadora. En ocasiones, no encontramos consuelo, pocos ofrecen ayuda para compartir el peso de la carga con otros.
Sin embargo, es importante reconocer que muchas veces debemos levantarnos y avanzar solos con la cruz a cuestas; con cada paso cultivamos paciencia y fortaleza, ambas necesarias para continuar enfrentando las pruebas que se presentan. En este viaje, posiblemente aprendemos que cada carga es una oportunidad de crecimiento.
A través de la historia ubicamos relatos de individuos que llevaron cruces similares; desde figuras mitológicas como Prometeo, quien desafió a los dioses para traer el fuego a la humanidad, hasta líderes contemporáneos que enfrentaron adversidades personales y sociales. En estos momentos de lucha, encontramos inspiración en sus historias.
Autodescubrimiento
Es en las ocasiones de mayor dificultad cuando descubrimos la fuerza interna que no sabíamos poseer; en cada tropiezo y lágrima derramada, forjamos las herramientas necesarias para estructurar nuestro propio destino. Además, al compartir nuestras experiencias con aquellos que están dispuestos a escuchar, generamos espacios de comprensión. Aunque el camino pueda parecer solitario, es bueno recordar que no estamos completamente solos; hay otros que también llevan cruces y están dispuestos a unir fuerzas en momentos de necesidad.
De esta manera podemos transformar el sufrimiento en una red de apoyo mutuo; así como el hierro se afila con hierro, nuestras luchas pueden agudizar las habilidades y visión del mundo; por tanto, al final del viaje, aunque cada cruz sea única e intransferible, la resiliencia cultivada es universal, uniéndonos en nuestra humanidad compartida.
Cada cruz tiene su peso particular, parece que es una medida diseñada para cada persona, ajustándose a sus capacidades y limitaciones. Esta idea se hace más evidente al recordar la historia de Jesús, quien, incluso en su momento más crítico, necesitó ayuda para cargar su cruz mientras se dirigía al Calvario. En ese contexto, aparece Simón de Cirene, un extraño cuya intervención invita a pensar sobre la naturaleza de la solidaridad. Los textos bíblicos expresan que no era un seguidor de Jesús, ni amigo cercano, simplemente pasaba por allí cuando el destino lo llevó a compartir la carga del Nazareno.
Este acto fortuito plantea una pregunta profunda: ¿puede ocurrirnos a nosotros una situación similar? La experiencia de Simón resuena en las vidas cotidianas de muchas personas. A menudo, quienes extienden una mano en momentos de crisis, son las personas que menos esperamos. Quizás un compañero de trabajo que ofrece su ayuda en un proyecto complicado o un desconocido que brinda consuelo en un instante de vulnerabilidad.
Este fenómeno recuerda que la compasión no siempre proviene de los círculos más cercanos; a veces, el alivio llega de fuentes inesperadas. En este sentido, podemos ver cómo la vida tiene una forma peculiar de conectarnos con quienes pueden ayudarnos a llevar nuestras cargas.
Ser como Simón significa estar atentos a las necesidades ajenas, ofreciendo apoyo sin esperar nada a cambio. En muchos rincones del mundo donde el individualismo tiende a prevalecer, esta actitud puede resultar revolucionaria. Al final del día, cada uno de nosotros lleva una cruz, con peso particular y personal, aunque la posibilidad de compartirla con otros puede ser una fuente inagotable de esperanza. Así, aprendemos que el verdadero significado del acompañamiento radica en reconocer el poder transformador de la solidaridad.
Individualidad y solidaridad social se concilian
Como indiqué anteriormente, cada cruz tiene su peso particular, parece que es una medida diseñada para cada persona, siendo un reflejo de nuestros desafíos únicos. En la historia de Jesús, encontramos un poderoso símbolo de esta carga: incluso Él necesitó asistencia para llevar su cruz hacia el Calvario. Este momento presenta a Simón de Cirene, personaje rodeado de misterio tanto antes como después de la crucifixión; su breve pero significativo momento en la vida de Jesús ofrece valiosas lecciones sobre la solidaridad.
Simón de Cirene se convierte en un símbolo contemporáneo de los voluntarios y trabajadores sociales que dedican su tiempo y energía a confortar a quienes sufren en diferentes partes del mundo, así siendo él un extraño en la narrativa, se convierte en el epítome del altruismo. Su intervención no fue planeada, ni esperada, simplemente estaba allí, en el lugar y momento adecuados. Esto orienta a la siguiente interrogante: ¿A menudo las personas que están dispuestas a ayudarnos son aquellas que menos conocemos?
Al final del día, todos llevamos cruces, incluso los más fuertes pueden necesitar ayuda; por lo tanto, aprender a ser cireneos para los demás es una forma poderosa de transformar las comunidades. Construyamos puentes entre las personas, la verdadera fortaleza no es cargar nuestras propias cruces, también es compartir cargas ajenas con empatía y amor.
En un momento crítico, cuando la carga se volvió demasiado pesada, un soldado romano decidió que alguien debía intervenir, si Jesús no podía llevar su cruz, ¿quién más lo haría? Así fue como Simón de Cirene se convirtió en el personaje clave en este relato emblemático. La situación es intrigante: los soldados, bajo órdenes de crucificar a Jesús, enfrentaban la posibilidad de que su prisionero no llegara a su destino; si permitían que sucumbiera en el camino, habría consecuencias. Tal vez la decisión de llamar a Simón no fue un acto de compasión, posiblemente fue una medida práctica para ellos cumplir con su deber.
En medio de un contexto violento como desolador, el encuentro entre Simón y Jesús se convierte en poderoso símbolo de cómo las vidas pueden entrelazarse en momentos inesperados. Además, esta escena plantea preguntas profundas sobre la empatía y el deber. ¿Qué motiva a las personas a ayudar? ¿Es el sentido del deber o una chispa de compasión? La figura del soldado que decide involucrarse puede interpretarse desde múltiples ángulos, y uno de ellos es verlo tal vez como un hombre atrapado entre sus órdenes y su humanidad.
Este dilema resuena en la cotidianidad de nuestra vida, muchas veces enfrentamos decisiones que ponen a prueba la compasión frente a las responsabilidades. Al final, el acto de Simón fue un alivio físico para Jesús, también se convirtió en una lección sobre la importancia de ser solidarios con aquellos que llevan pesadas cargas.
Inspirémonos en ser cireneos en diversas circunstancias: ofrezcamos ayuda a quienes nos rodean, aunque cada cruz sea única, el acto de compartir la carga puede transformar el sufrimiento en una experiencia trascendental.