Marketing, redes sociales y el celular
Oscar Humberto González Ortiz
En la era digital que estamos
viviendo, el marketing (o mercadotecnia), las redes sociales y el
celular son protagonistas indiscutibles en las vidas de un altísimo porcentaje
de seres humanos, llegando inclusive a influenciar de manera significativa la
mente, tiempo y ánimo. Estas herramientas, en principio concebidas como medios
de comunicación y entretenimiento, evolucionaron hasta adquirir el poder de
controlar la atención y en oportunidades el comportamiento.
El marketing, con sus estrategias cada vez más personalizadas, se infiltra en todos los aspectos de la existencia. Desde los anuncios vistos en las redes sociales hasta las recomendaciones de productos recibidos en el celular, hacen que estemos constantemente expuestos a mensajes diseñados para influir en nuestras decisiones de compra, haciéndonos soñar con estilos de vida.
Esta omnipresencia
del marketing genera sociedades consumistas, donde la satisfacción
personal es asociada con la adquisición de bienes materiales. Por otro lado,
las redes sociales revolucionaron la forma en que nos relacionamos y
comunicamos. A través de las diferentes plataformas, compartimos momentos de la
vida, opiniones, gustos y aspiraciones con alcance global.
Sin embargo, esta exposición constante a la vida de los demás, buscando la validación a través de likes y comentarios generan ansiedad, comparación y sensación de insatisfacción crónica. El celular, por su parte, es la extensión del ser, acompañándonos a todas partes, ocupando gran parte del tiempo, atención y ánimo.
Las notificaciones constantes, las aplicaciones adictivas y la posibilidad de estar siempre conectados mantienen enganchada la atención a la pantalla, muchas veces a expensas de las relaciones interpersonales, descanso adecuado y conexión con el mundo real. En este contexto, conozcamos las afecciones que estas herramientas tienen en la vida diaria y en nuestra salud mental.
Afecciones a la salud
Este fenómeno no es casualidad; las plataformas digitales aprendieron a aprovechar las emociones y comportamientos para crear contenido que atrae la atención, llegando a manipular el estado de ánimo. Por ejemplo, al abrir una aplicación de redes sociales, encontrarás inmediatamente bombardeos de imágenes vibrantes y mensajes persuasivos invitándote a la interacción.
La inmediatez del «me gusta»
o los comentarios brindan gratificación instantánea que activa el centro de
recompensas del cerebro. Así, el tiempo que pasamos en estas plataformas
consume horas valiosas del día incluyendo la noche, alterando la percepción del
tiempo y espacio. A menudo, estás atrapado en ciclos interminables de
comparación social, nuestras vidas parecen insignificantes frente a versiones
idealizadas que presentan. Adicionalmente, el marketing digital utiliza
algoritmos para personalizar las experiencias en línea, reforzando más la
dependencia del celular.
Cada notificación es un imán que atrae la atención, llevándonos a revisar constantemente el dispositivo por miedo a perdernos algo importante; este estado perpetuo de alerta genera ansiedad y estrés, afectando el bienestar emocional.
Este compañero inseparable ya no se nos despega, tal es la
dependencia de este dispositivo que hoy no concebimos la idea de realizar las
necesidades fisiológicas sin tenerlo a mano. Es común escuchar historias de
personas que su celular cayó en el inodoro, y la inmediata reacción es
buscar en internet cómo resucitarlo de tan desafortunado accidente; desde
secarlo con arroz hasta desarmarlo para limpiarlo minuciosamente, son opciones
variadas y sorprendentes.
Es así, en los momentos más íntimos,
como ir al baño, el simple acto de entrar al lavabo sin el dispositivo genera
sensación de inquietud; es casi impensable desconectarse, incluso en esos
breves instantes de soledad. Estas situaciones cotidianas son tan comunes que generaron
un subgénero de contenido digital dedicado a ofrecer soluciones eficaces para
rescatar dispositivos sumergidos; así llegamos a normalizar situaciones que
antes hubieran sido consideradas absurdas.
Por otro lado, la creciente
preocupación por el tiempo que los niños pasan frente a las pantallas llevó al
desarrollo de juegos infantiles que promuevan el entretenimiento sin necesidad
de dispositivos móviles, alternativas orientadas a fomentar la creatividad e
interacción social entre los pequeños, enseñándoles a disfrutar del juego
físico y actividades al aire libre. La ironía radica en que, mientras los
adultos buscan soluciones para sus teléfonos sumergidos, hay que comenzar a
redescubrir el valor de los juegos tradicionales. Así, aunque los móviles dominen
la rutina diaria, hay que abogar por recuperar la riqueza de cómo elegimos interactuar con el mundo que nos
rodea, cómo podemos encontrar el equilibrio entre digital y lo real.
Al final del día, se trata de
recordar que las conexiones más valiosas son aquellas que no requieren
dispositivos digitales para ser disfrutadas. Debemos ser los dueños del tiempo y atención.