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Autopsia a la Decencia: Desentrañando la Crisis Moral en Venezuela

Por: Deisy Viana

Déjame contarte la causa de su muerte...

Cubierto con una sábana blanca, el cuerpo inerte de la "Decencia" yacía en el frío mármol de la mesa de autopsia. Aquel rostro, antes radiante, ahora es pálido, sus ojos, antes llenos de esperanza, ahora carecen de brillo. El médico patólogo al descubrirla, observaba con tristeza su desnudo cuerpo sin vida.

  ¡La causa de muerte!, dijo con voz grave: "sufrió un ataque de múltiples agresiones.  Irrespeto, con su desprecio por los demás, le arrancó la lengua. Intolerancia, con su odio desmedido, la dejó sin vista. Deshonestidad, por su parte, con su falsedad, le partió el alma. Egoísmo, con su ambición, le perforó el corazón. Y Maldad, con su crueldad despiadada, le destrozó el espíritu destruyendo para siempre su amor"  

El hombre  suspiró, conmovido por la tragedia. ¡La Decencia! murmuró, "era hermosa, llena de bondad y compasión. Pero estos depravados antivalores la consumieron, la destruyeron. Ahora, solo queda su recuerdo, y la pregunta ¿cómo podremos vivir sin ella?"

  El doctor cerró el expediente lentente, dejándo desplomar un golpe seco con su mano empuñada sobre la mesa mientras decía para sí mismo: "Ella que, una vez fue símbolo de esperanza, ahora es solo un cadáver, la advertencia de lo que sucede cuando los antivalores se apoderan de la humanidad".

Observando el panorama, viene a mi mente una frase que constantemente decía mi papá y que la aprendió de su papá, o sea mi abuelo: ¡Siempre sea decente!... La palabra "decencia" evoca un conjunto de valores que, en teoría, deberían regir nuestras interacciones sociales como lo fue en otros tiempos. Sin embargo, en la Venezuela actual, la decencia parece estar en estado de coma, a punto de fallecer víctima de una crisis moral que nos obliga a realizar un profundo análisis para comprender sus causas y consecuencias.  

Desde una perspectiva psicológica, la decencia se basa en la capacidad de empatía, la autoconciencia y la responsabilidad. La falta de decencia, entonces, se traduce en una ausencia de estas cualidades. La dureza de corazón traducida en indiferencia ante el sufrimiento ajeno, la soberbia incapaz de tolerar la autocrítica y la irresponsabilidad moral se convierten en la norma, que erosiona el tejido social.  

 La sociología nos brinda otra mirada. La crisis económica, la percepción de inseguridad, los actos de corrupción, la polarización política, los niveles de intolerancia capaces de generar las peores situaciones de violencia, entre otros; han propiciado un clima de desconfianza generalizada. Cada quien se interesa en lo suyo, por lo que la lucha por la supervivencia se ha convertido en una prioridad, dejando poco espacio para la ética y la moral, la falta de oportunidades,  ausencia de  valores éticos y la sensación de impotencia ante la realidad generan el caldo de cultivo perfecto para la deshumanización y la indiferencia.  

Pero  ¿Cómo identificar a la gente indecente? No se trata de una etiqueta que se aplica a individuos específicos, sino de un análisis de sus acciones. La falta de respeto, la desconsideración, la deshonestidad, la manipulación, la violencia verbal,  física o en cualquiera de sus formas, la indiferencia ante el dolor ajeno, son indicadores de una conducta indecente.  

Las consecuencias de esta crisis moral son devastadoras. La desconfianza generalizada dificulta la cooperación y la construcción de una sociedad más justa. La corrupción se extiende como una plaga, socavando las instituciones y la confianza en el sistema. Los ciclos de violencia se normalizan, creando un círculo vicioso de miedo y desasosiego.  

 ¿Qué podemos hacer para no normalizar la carencia de decencia? La respuesta no es sencilla, pero podemos empezar por cultivar la empatía, la responsabilidad y la honestidad en nuestras propias vidas. Respetar la libertad de pensamiento y expresión de los demás, rechazar la corrupción en todos los espacios, denunciar la injusticia, practicar la cortesía, la solidaridad y la compasión, son acciones que pueden contribuir a revertir esta crisis moral.  

Es importante recordar que la decencia no es un concepto abstracto, sino una práctica cotidiana que comienza en hacer dar buenos ejemplos de ciudadanía,, siendo tolerantes, cediendo el lugar, respetando las culturas, creencias y formas de pensar de los demás, llevando a cabo actos genuinos de bondad; cada gesto de solidaridad, cada palabra amable, son pequeños pasos que nos acercan a una sociedad más justa, humana y decente..  

Es necesario recordar que no hay nada oculto, siempre nos están mirando, escrito está: "No se engañen: Dios no puede ser burlado. Porque todo lo que el hombre siembre, eso también segará." (Gálatas 6:7) y esta máxima aplica tanto para lo bueno como lo malo. Recuerda entonces que cada acción genera consecuencias tanto en lo personal  como para  la sociedad. 

La decencia no es una opción, es la decisión honesta y consciente de actuar correctamente, es la responsabilidad que cada uno debe asumir como aporte  para la construcción de un futuro mejor y para que los antivalores no nos asesinen la decencia.

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