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Julio Ramos 

Guárico. Cabruta, El sol se despedía en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras, un espectáculo de belleza natural que contrastaba con la profunda tristeza que embargaba a la comunidad indígena de Cabruta. 
En las humildes casas a orillas del imponente río Orinoco,  el silencio se había adueñado de los corazones, un silencio cargado de dolor e incertidumbre. Una de sus pequeñas, una niña de tan solo 7 años, había desaparecido, dejando tras de sí un vacío que ningún atardecer podría llenar.

La noticia, como un vendaval, recorrió los caminos de tierra y las pequeñas chozas, llevando consigo la angustia y la desesperación. Dos valientes ciudadanos, con la determinación que nace del amor y la solidaridad, se presentaron ante las autoridades para denunciar la desaparición de la pequeña. 

La Gran Misión Cuadrantes de Paz, Conformado por Políguaríco,  Guardia Nacional,  Bomberos, actuaron  con la celeridad que ameritaba la situación, puso en marcha la búsqueda del cuerpo de la pequeña y del  culpable  para hacer  justicia.

Las miradas, cargadas de sospecha y desconfianza, se posaron sobre un hombre, un rostro conocido en la comunidad, cuya sombra se extendía ahora sobre la tragedia. Su detención no se hizo esperar. 

El reporte oficial lo señalaba como el principal sospechoso, la figura siniestra que habría arrebatado la vida y la  inocencia de la niña.

La investigación preliminar desveló un escenario espeluznante.  Las pruebas apuntaban a un acto de barbarie, un ultraje a la pureza infantil antes de que la pequeña fuera arrojada a las  aguas del Orinoco.  

El río, símbolo de vida y sustento para la comunidad y la población indígena, se transformaba en un cómplice silencioso del horror, guardando en sus profundidades de sus aguas.  

Las horas se transformaron en un martirio, una agonizante espera que consumía la esperanza. Los organismos de seguridad, con la ayuda de voluntarios, iniciaron una búsqueda desesperada. 

Lanchas surcaban por horas el río, desafiando la corriente, mientras las orillas eran peinadas con la esperanza de encontrar algún rastro de la niña. 

Cada minuto que pasaba aumentaba la angustia, la impotencia ante la fuerza de la naturaleza que parecía haberse tragado la vida de la pequeña.

El Ministerio Público del estado Guárico, con la responsabilidad de hacer justicia, recibió la notificación del caso. 

En Cabruta, la comunidad se aferraba a la esperanza de un milagro, mientras la sombra del dolor se extendía sobre el Orinoco, un río que ahora reflejaba la tragedia de una niña indígena y el clamor de justicia de un pueblo.





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