Cuando llegaron los bomberos al último piso de un edificio de Puerto Santa Ana, su hermano estaba encerrado en su habitación, asustado. Este hombre, que acabó con su propia vida cuatro horas después de amenazar con lanzarse al vacío, tenía un cuchillo en la mano y un tenedor en la otra para impedir que lo rescataran. “Estuvo leyendo la Biblia desde la madrugada”, contó.
Estuvo preparándose para morir, ya había tomado la decisión, lamentó el hermano del ciudadano extranjero que murió al instante tras lanzarse desde el piso 17.
“El señor era tranquilo, pasaba conversando con los guardias”, contó un vecino sobre el joven inquilino que vivía con su hermano en esta zona residencial y turística de Guayaquil. El suicida, de nacionalidad venezolana, estuvo en el área de los bares durante la madrugada antes de que la Policía lo retirase del lugar.
A las 5:00 de la madrugada se escuchó un estallido que a los vecinos del edificio les hizo pensar que se trató de un disparo, pero era una ventana que el hombre había roto para sentarse en el marco de ella, no sin antes lanzar objetos que cayeron desde su departamento hasta el área de la piscina.
Los bomberos llegaron al lugar incluso con personal experto en psicología para intentar persuadirlo de no lanzarse. Ya había amanecido y en la terraza se alistaba una operación policial para descender por la parte externa del edificio y empujarlo hacia adentro.
El hombre no tenía una petición especial. Había tenido diferencias religiosas con su hermano, contó este, pero jamás había mostrado una conducta suicida hasta el día de su muerte.
En el diálogo-negociación con los bomberos, el hombre accedió a tomar agua de una botella, pero seguía amenazando a los paramédicos que querían curarle las heridas que le provocó la ruptura de la ventana. Llamó por teléfono a su familia que reside en Venezuela y se despidió de su hija que hoy cumplía años.
“¿En qué te podemos ayudar?”, se escuchó mediante un vídeo al equipo rescatista. “Ustedes no han aprendido nada”, les respondió.
Hamilton Flor, teniente de la División de Psicólogos del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil, contó que el hombre no tenía respuestas lúcidas y cuerdas. “Hablaba mucho de la palabra de Dios y el resultado final fue no darle la contención completa. La intervención fue complicada porque no se pudo llegar a establecer qué era lo que deseaba el ciudadano”.
Al final, después de cuatro horas de tensión, “ya ni siquiera nos amenazó”, contó el mayor Jorge Montanero, del Cuerpo de Bomberos. Eran las 9:56, el hombre entró por unos pocos segundos, mientras los policías ya descendían para agarrarlo, pero él se percató del intento de rescate y se lanzó al vacío.