#DéjameContarte
En el año 2001 un hombre llamado Celestino, de 52 años de edad, conocido por sus afectos como el tío Cele, que gracias a su carácter siempre apacible y don de servicio se hizo muy querido por todos, además honesto y laborioso. Salió aquel día muy contento de su lugar de trabajo, pues había recibido vacaciones y aprovecharía para visitar a sus seres queridos en el interior del país.
Pues, nunca regresó a casa, jamás cobró sus beneficios laborales, ni salió del país. Fue buscado en las calles, hospitales, morgues. Pero hasta el sol de hoy no se sabe ¿qué pasó con el tío Cele? Sus familiares aún lloramos su ausencia.
Conocí también a una mujer, comerciante, que le es indiferente practicar las medidas de prevención contra la Covid-19, así como le da igual que sus clientes usen debidamente la mascarilla o no.
Ella alega que no conoce a nadie a quien le haya dado el virus, por lo tanto eso está "muy lejos" y como "aquí nunca pasa nada" "eso aquí no llega"; según ella, son estrategias de los gobiernos para cubrir las crisis de sus países.
Reflexiono y me pregunto: ¿a dónde se fueron a pasear la empatía y el sentido común que nos han dejado huérfanos?
Duele no saber dónde está un ser querido que haya desaparecido sin justificación, pasan por la mente infinidad de pensamientos inclementes, torturan el alma causando heridas profundas. Observar cómo dejó sus cosas personales al salir sin pensar que jamás regresaría, es un duelo inconcluso que no se termina de sufrir. Pero, ¿a quién le importa que el tío Cele nunca apareciera?...
Con seguridad a sus familiares les duele la ausencia inesperada de Carlos Lanz, porque ellos saben lo que se siente; situación lamentable que ha sido objeto de burlas, maledicencias y deseos perversos de muchos, pero que solo quienes apreciamos al ser humano, seguimos aferrados a la esperanza de que aparezca pronto sano y salvo.
Por otra parte, tal vez a la señora irresponsable del comercio que les conté, tampoco le importa la lamentable pérdida de Darío Vivas, y es muy probable que los mismos que se alegraron por su muerte, sean los mismos que hacen sus comentarios sarcásticos en contra de Carlos Lanz.
Todo esto ocurre por la carencia de hermandad, el no reencontrarnos en las necesidades ajenas, descuidar la prevención poniendo en riesgo nuestra vida y peor que eso, la de nuestros semejantes. Sin pensar que cada acción o inacción individual por insignificante que parezca afecta a toda una colectividad como en un efecto dominó.
Entonces me pregunto: ¿Cómo se siente en estos momentos la familia de Carlos? ¿Cómo se sientes los seres queridos de las personas que como Darío, no pudieron ganarle la batalla al Covid-19? ¿Cómo se sienten los funcionarios de prevención y seguridad ante el caso omiso de las personas que actúan sin conciencia y violan las medidas preventivas? ¿Y qué del personal de salud? Ciertamente, el amor de muchos se está enfriando.
A todos nos une un factor común, somos seres humanos, pero para sentir empatía con las adversidades del otro debemos sentirlas, vivirlas en carne propia, de lo contrario, puñalada en cuerpo ajeno ¡no duele!
Deisy Viana