Franco Vielma
En su libro Los nuevos partidos políticos confesionales evangélicos y su relación con el Estado en América Latina,
el sociólogo Jean-Pierre Bastian advertía desde finales de los 90 el
auge silencioso de una tendencia política que ha alcanzado un nuevo
pináculo con el ascenso de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil.
En efecto, el alcance del poder en Brasil reviste un precedente
importantísimo por estar aderezado de otros componentes, entre ellos el
fascismo ultraliberal y el marco de judicialización de la política que
precedieron la elección de Bolsonaro en medio de un gobierno de facto y
precedido por un golpe de Estado institucional contra Dilma Rousseff. Un
evento de suma gravedad que contraviene la tradición reciente de los
esquemas democráticos en la región latinoamericana y caribeña.
El ascenso de un gobierno con matices abiertamente clericales en uno
de los países más industrializados y potencia emergente del mundo
desnuda el auge del poder evangélico como un proceso político y social
mucho más complejo, con incidencias en todo el continente.
El problema de las estructuras políticas
Bastian señala el sistémico agotamiento de los "esquemas duales" de
ejercicio de la política y el poder en Latinoamérica, o lo que
regularmente entendemos como la mal llamada "alternabilidad" política
entre gobiernos de derecha y la izquierda socialdemócrata, que como
presentaciones políticas han desarrollado un único esquema de
consolidación del modelo capitalista y sus variantes neoliberales.
Un proceso signado también por las deficiencias congénitas de la
gestión de la política pública que devienen en el desgaste de los
modelos institucionales: corrupción, burocratismo, clientelismo, pérdida
de la gobernabilidad, perpetuidad de las brechas sociales y exclusión.
Un entramado de relaciones que socava las formas de patronato estatal en
su versión tradicional.
Para Bastian, ese marco político dualista caracteriza la región
latinoamericana. Es un modelo político que sigue siendo una ficción
jurídica, por lo tanto, los movimientos evangélicos como nuevos actores
en la política "buscan una negociación eficaz a partir de la cultura
política real, la del corporativismo". Mediante el intercambio del voto
religioso cautivo, o lo que en términos políticos significa captación y
cooptación de la masa evangélica, "estos actores entablan una relación
clientelar con el Estado y buscan ante todo desalojar a la Iglesia
católica de su relación privilegiada con el aparato estatal".
Así, señala Bastian, "la multiplicación de actores
político-religiosos en competencia podría quebrar la lógica del
corporativismo estatal e inscribir estos movimientos en una transición
democrática en la que el dirigente religioso, de patrón-cliente, podría
transformarse en mandatario".
De ahí que los grupos evangélicos, organizados en iglesias mediante
una ardua labor de abordaje en barrios y caseríos, luego como actores en
los espacios mediáticos y ahora como figuras en los parlamentos y
algunos gobiernos, han trascendido en la escena como figuras políticas
que actúan en favor de sus intereses de grupo de manera muy pragmática y
efectiva. Alcanzando y tomando espacios de poder, han dado un salto no
solo al desplazamiento de la Iglesia católica como instancia
tradicionalmente clientelar de los gobiernos, también aprovechando la
imposibilidad de que ella por sí sola sea expresión de ejercicio directo
de poder y ni pueda ser reconocida como un factor de
"adecentamiento" de la política.
Los liderazgos evangélicos se erigen como fuerzas sociales de
multitud, supuestamente diversos, pero claramente inferidos por grupos
clericales concretos, donde no hay doctrina política, sino dogma
religioso. Una abierta transgresión al sentido de pluralidad democrática
que en teoría predomina en los partidos de masas. Pero pocas
instituciones electorales parecen notar ello.
Otro de los problemas de fondo de la estructura política tradicional
en Latinoamérica está dado por la insuficiencia en los partidos
tradicionales en asumir posturas sobre temas de gran interés social. Las
iglesias evangélicas ejercen una creciente presión en el debate
político sobre cuestiones de familia, género y sexualidad.
"Esa es la fuerza política más nueva y que más adelanto ha tenido en
América Latina desde que surgieron los movimientos sociales de los 90", ha dicho Javier Corrales, un profesor de ciencia política en
Amherst College de Massachusetts, a BBC Mundo. La construcción del
poder real para la influencia de capas sociales cada vez más grandes es
un factor indudablemente conectado con el ascenso político de sus
partidos y líderes, y desde ella se decantan posiciones
ultraconservadoras que, sin tapujos, han asumido posturas sobre estos
temas capitalizando cuotas significativas de la masa política.
Los evangélicos pragmáticamente han conectado su agenda política con
componentes de la subjetividad latinoamericana. Por ejemplo, la
creciente influencia del movimiento evangélico en la política electoral
podría ser una amenaza para el avance en términos del reconocimiento de
los derechos de la comunidad LGBTI, un tema que sigue siendo espinoso en
la región. La moral es la bandera de los evangélicos en la política,
sus campañas se basan en la oposición al reconocimiento de los derechos
de la comunidad LGBTI y su rechazo de toda iniciativa que permita
despenalizar el aborto.
Por otro lado y en otros temas, "la credibilidad de la clase política
en América Latina está en el suelo. La política es vista como un
negocio sucio por la gran masa de la población. Muchos representantes de
las iglesias evangélicas (y también de la católica) reaccionan con
llamamientos morales", afirma Thomas Wieland, jefe de la sección de
proyectos de la obra episcopal alemana Adveniat, en entrevista para la
agencia de noticias Deutsche Welle.
Wieland agrega que el éxito electoral de candidatos evangélicos viene
dado porque "la gente ve en ellos una alternativa, piensa que por lo
menos son personas que no van a robar. Por eso, la popularidad de los
candidatos evangélicos va en ascenso". Como vemos, el problema del
"adecentamiento" de la política y la sociedad ha sido uno de los asuntos
de fondo con que los partidos y tendencias tradicionales no han sabido
lidiar.
¿Cómo se expresa el avance evangélico en la política en el continente?
El auge político evangélico,
especialmente su denominación pentecostal, está signado por su
creciente número de adeptos religiosos. Según Latinobarómetro, en 1996
un 80% de la población latinoamericana se definía como católica, para
2018 esta cifra es de 59%. Por otro lado, para 1996 la masa evangélica
era de apenas 6% y para 2018 la encuesta de Latinobarómetro destacó que
un 19% de los latinoamericanos se define en esa religión del
protestantismo cristiano.
En febrero de 2018 la victoria de Fabricio Alvarado, predicador
evangélico y candidato del conservador Partido Restauración Nacional en
la primera vuelta de las elecciones de Costa Rica fue un precedente.
Aunque Alvarado no ganó en la segunda vuelta, daba cuenta de que el
poder evangélico era una realidad.
En Centroamérica se ha acentuado el auge evangélico y el ascenso de
Jimmy Morales en Guatemala dio cuenta de una dimensión de poder real de
estos factores, por su gobierno abiertamente neoliberal y
ultraconservador, pasando por un ejercicio de la política con tintes de
populismo y constantes referencias mágico-religiosas como ejes
transversales de la acción de gobierno.
Por otro lado, vale la pena destacar la influencia de los evangélicos
en la política colombiana, cuando los líderes de partidos y
organizaciones evangélicas en ese país llamaron a votar por el "NO" en
el referéndum para la pacificación de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC-EP). Telesur reseñó que
Edgar Castaño, presidente de la Confederación Evangélica de Colombia,
explicó que los evangélicos votaron en contra ya que estimaban que el
documento sometido a votación mostraba una "ideología de género".
En Brasil, el problema es mucho más grave. Según cifras del Censo
Nacional en ese país en 1980, sólo un 6,6% de los brasileños se
declaraba evangélico y en 2010 la cifra era de 22,2%, unas 42 millones
de personas. Estimaciones recientes dan cuenta de que ya han alcanzado
un 27% de la población total y en política la cifra es casi
proporcional: un 30% del parlamento de ese país está integrado por
evangélicos distribuidos en partidos nuevos ultraconservadores y hasta
en partidos tradicionales.
El rol de los evangélicos en Brasil fue clave en la destitución de
Dilma Rousseff. Las posiciones de los parlamentarios evangélicos fue más
allá de las posiciones de bancadas y asumieron desde su narrativa
religiosa particular la necesidad de "acabar con el mal que destruye la
nación", porque a su juicio, la "inmoralidad del Partido de los
Trabajadores", "las políticas de género" del gobierno y "el socialismo
son un cáncer" en la política nacional. Crearon además condiciones de
abierto respaldo al gobierno de facto de Michel Temer, siendo uno de los
factores de legitimidad de su mandato pseudo-democrático.
Pese a diversas denuncias e investigaciones a las organizaciones
evangélicas en Brasil por presunto lavado de centenas de millones de
dólares, la sólida presencia de los evangélicos en la política, en los
medios y en las barriadas, les ha permitido un respaldo indiscutible y
determinante a la candidatura intolerante y fascista de Jair Bolsonaro,
alcanzando un espacio inédito en la política regional. Bolsonaro, quien
se ha erigido como un líder "elegido por Dios", es un practicante
evangélico que suscribe las ideologías del sionismo cristiano, una
suerte de proclamación de Israel, su Estado y sus denominaciones
coloniales.
Apenas a sólo días de su elección, Bolsonaro ha ratificado la cacería
abierta a los factores y movimientos sociales de izquierda en su país y
los parlamentarios evangélicos ya han propuesto la "reducción del
Estado" mediante la eliminación de los ministerios de Ciencia y de
Cultura, reeditando tiempos del oscurantismo protestante en pleno siglo
XXI.
En Venezuela, país en el que ha regido una polarización a expensas
del chavismo y antichavismo como subjetividades sociales y expresiones
de poder político, ha irrumpido la presencia de Javier Bertucci,
predicador evangélico, quien en las elecciones presidenciales del 20 de
mayo de este año ha roto la polarización técnica del voto que ha regido
en Venezuela desde 1999. Ha irrumpido como tercera fuerza política,
sólida en términos porcentuales, con casi un 10% de los votos, casi 1
millón de votos en su haber. Nada mal para una novísima fuerza política.
Estados Unidos es quizás el ejemplo más longevo de cómo el conjunto
de relaciones religiosas clientelares del protestantismo cristiano han
hecho simbiosis con el gobierno teóricamente laico en ese país. John F.
Kennedy ha sido el único presidente católico y Donald Trump, pese a su
prontuario pecaminoso, es el presidente más evangélico desde los Bush.
Trump tiene fuertes alianzas con factores evangélicos que componen el
gobierno de manera transversal en todos los poderes y también ejercen
gran influencia en la sociedad. Paradójicamente las posturas
ultraderechistas e intolerantes de Trump han tenido replica más en las
iglesias que en los burdeles que el mandatario solía frecuentar.
El problema de las lecciones no aprendidas
El problema de las tendencias evangélicas recalcitrantes en la
política y la cooptación de las instancias de poder para su colocación
al servicio de estos séquitos clericales, yace en las lecciones no
aprendidas en las instancias de la política secular. Las elites
económicas se acomodan a estos nuevos actores, así que el problema es
para las aspiraciones de grandes mayorías sociales.
Como señala Jean-Pierre Bastian, los "factores de legitimidad en la
política" sigue siendo el ejercicio del "buen gobierno", para colocarlo
en palabras zapatistas. Pero ello estaría transversalizado por la
facultad de que los factores políticos y sociales puedan construir
instituciones dinámicas que se conecten con las grandes demandas
poblacionales y superen los factores causantes de la pérdida de la
gobernabilidad y la deslegitimación política. Esto, como sabemos, será
difícil que tenga lugar en países donde predomine la lógica
"dualista" que rige mediante partidos tradicionales cuya forma de
cohesión sea el mismo modelo de gestión política y económica capitalista
neoliberal.
Así que a los factores de la política tradicional, les aguarda el
ostracismo político, a menos que puedan rediseñar sus modelos de
presentación de maneras políticamente acordes al pragmatismo que
imponen las circunstancias. Pues el auge evangélico tiende a picar y
extenderse.
No obstante, América Latina no sólo está atravesada por el fenómeno
evangélico y el desgaste de los partidos tradicionales de derecha. Tiene
también el componente de las revoluciones de izquierda que han asumido
posturas coherentes sobre la urgencia del cambio de enfoque en el modelo
de gestión política y social. Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba, son
ilustrativos de que sus modelos de gestión han blindado el sistema
inmunológico de sus aparatos políticos, protegiéndose hasta ahora, de la
gripe evangélica regional.