Tercera entrega de histriónicos relatos, esta vez la magia de la investigación
y el cumplimiento de una Misión obligara a todo por llegar a las últimas
consecuencias hasta descubrir una historia de amor que quedó inconclusa en el tiempo….
Para nuestras sección de relatos una remembranza de historias por nuestro amigo Douglas Bolívar. . "julio Ramos".
Douglas Bolívar
Debieron
transcurrir varias décadas para yo recibir una llamada de la tía Aurora,
tal será el apremio galopante que la agobia. Que haya recurrido nada menos que
a mí revela la inmensidad de su padecimiento. Se suponía que yo era la última
persona de este mundo a la que le pediría un favor. Pobrecita mi tía. Desde el
principio del contacto la percibí humillada en sus más íntimos sentimientos, no
por la llamada en sí sino por el contenido de esa llamada.
Es la bordona
y debido a esta condición (ventajosa siempre donde quiera que esté constituido
el hogar) creció rodeada de los excesivos mimos le prodigaba abuela, quien en
sus siete partos anteriores no tuvo una abnegación semejante y ni siquiera
cerca, quizá la razón que la impulsó a concentrar desenfrenadamente todas sus
atenciones con su última prole, en la creencia que con esta suerte de diezmo
personal desquitaba las ausencias anteriores.
Tía Aurora,
por tanto, siempre fue una isla en la gigantesca ramificación familiar. Era una
entidad ajena, un verdadero personaje garciamarquiano (mis preferidos, en todo
caso). Miraba al resto de la humanidad, como se dice, por encima del hombro,
incluso a sus sobrinos (incluyendo aquí al suscrito), a quienes en alguna
ocasión en la vida llegó a concederle alguna fría felicitación por algún
pequeño logro.
Todos sus
hermanos y hermanos estudiaron como se las arreglaron, pero ella lo hizo en una
escuela privada y luego en el colegio de las monjas, que, dicho sea de paso, a
la hora de la mensualidad no toleran regateos, mucho menos impuntualidad.
Se fue
haciendo una mujer en apariencia distinguida del resto no sólo de la familia
sino del pueblo, pues abuela no reparaba en complacerle en todo lo que se le
antojara en su obstinación por construirse un mundo para ella sola. Toda su
adolescencia la tuvo para ponerse un vestido nuevo cada día, arreglarse el
peinado y la boca conforme a la moda y, encerrada en su fastuosa habitación,
encender el equipo de música para dejar sonar a Stevie Wonder con I
just call to say i love you, que ella aprovechaba para desgañitarse e
invadir toda la casa con su propia versión en spanglish, interpretación que le
mereció todo tipo de caracterizaciones burlescas que hasta el sol de hoy se
recuerdan vívidamente en el pueblo.Ayescoltusay… te amo
En estos
fructíferos menesteres, no tuvo tiempo de interesarse por los estudios y
tampoco fue que hubo frustración cuando abandonó el bachillerato. Nunca
presentó un novio en su casa, mientras que sus hermanas más bien se iban de la
casa a vivir con los hombres que se las llevaban. En la memoria guardo una
hilacha de recuerdo que me ayuda a suponer que en la casa matriarcal hubo una
vez cierto escándalo porque tía Aurora había sido corrompida por uno de los
holgazanes que merodeaba por el colegio. Abuela se las arregló para que aquella
tragedia no traspusiera la puerta de la casa. El pueblo quedó privado de esta
interesantísima historia de amor de tendencia shakesperiana.
El capítulo
no amortizó la entrega de abuela a su hija más joven y, por contrario, terminó
ella echándose la culpa por lo ocurrido y desplegó al límite su ya desmedida
entrega para con tía Aurora, quien no hallando reprimenda por el resbalón,
aceleró sus exigencias… y así fue saliendo de la adolescencia y entrando a la
adultez, hasta cruzar casi los 40 años, cuando cierto día abuela empezó a
lamentar que tía Aurora no la hubiera convertido en abuela (ya tenía veintipico
de sus otros hijos e hijas. Incluso ya era bisabuela).
Sólo llegada
a esa edad le cayó la locha existencial a tía Aurora y se supo porque fue
contagiada por una suerte de crisis de llanto permanente porque temía a
quedarse para vestir santos, como se dice en las llanuras. Era lógico que la
rigidez que siempre aplicó para seleccionar novios terminara siendo un cuchillo
para su garganta, porque no es precisamente Valle de La Pascua una galería de
prospectos. Aspirantes de galanes no le faltaron, pero a todos los despachó con
desprecio clasista.
Toda una vida
comprimida en una misma casa y metida dentro de una burbuja mental, entonces,
la hicieron víctima del conductor de un autobús que inter diario cubría la ruta
de los llanos. Se terminó entregando a lo último en su escala de prototipo.
Apenas le dijo resignada al galán que estaba preñada y que podía irse a vivir
en casa de la abuela, más nunca volvió a verlo. Sólo entonces contó a la abuela
que estaba preñada y que creía que era una hembrita.
Abuela nunca
preguntó por el autor de la hazaña ni ella se lo dijo. Hasta los ocho meses
estuvieron esperando a una hembrita para la cual ya estaba escogido un nombre,
pero en el último chequeo el ginecólogo descubrió en el monitor un pipí y les
comunicó, regocijado, del cambio. Juzgó como natural el desconcierto provocado
por su buena noticia.
Así vino al
mundo el pequeño Matías, en quien ella aplicó la misma receta de abuela para
con ella. Lo metió en una cápsula y lo convirtió en un extraterrestre.
Matías fue la
causa de su jamás imaginada llamada que comencé relatando. Cuando atiendo el
teléfono, me dice: supongo que sabes con quién estás hablando. Le digo que sí y
acto seguido me hace un resumen depauperado de mi vida: asegura que puede ser
que yo haya logrado algunos escalones, pero que el alma de limpiabotas no me la
voy a poder quitar nunca de encima pero que aún así ella me acepta. Me dice que
sabe que de aquel adolescente que soñaba con ser boxeador no puede haber
ninguna buena consecuencia, pero que también sabe de mis habilidades para
conectarme con el poder, para relacionarse con los que baten el cobre y, en
suma, que está enteradísima de mis estrechas vinculaciones en Caracas con los
servicios de inteligencia, que eso es lo que ella oye de mí en el pueblo y que
la da crédito a tal versión porque, qué otra cosa puedo estar haciendo en la
capital. Además, es leyenda en el pueblo cierta vez que aparecí ocho segundos
como extra en una telenovela cercando un sitio es una escena donde
supuestamente había ocurrido un crimen.
Este prólogo
desde luego que no era para cautivarme, era para ablandarme y así dejarme listo
para lo que vendría: un extenso recordatorio de todas los días y años que
abuela me mató el hambre, que era su nieto preferido y que ella siempre
estimuló esos sentimientos hacia mí. Que cuando tuve culebrilla y casi muero
ella accedió a que abuela dejara de comprarle un vestido para gastarlo en mi
medicina. Yo sólo escuchaba muerto de curiosidad, por saber el final de aquel
episodio singular. Vaya manera que tiene el Todopoderoso de cobrarme mis malas
acciones.
Empezó el
aterrizaje: que ella, tras consultarlo y recibir la autorización de abuela,
había accedido a llamarme para ordenarme una diligencia: Matías, a sus 17 años,
se encuentra atrapado y sin salida por las fuerzas oscuras del despecho y yo
debía ayudar a clarificar las causas y, posiblemente, a aportar las soluciones,
para lo cual debía trocar en algo así como en un celestino.
El primo
tenía una novia y la pérfida tuvo la ocurrencia, luego de la fiestecita clásica
por el fin del bachillerato, de anunciarle que acababa de darse cuenta que no
estaba segura de sus sentimientos. “Vamos a darnos unos días”.
Matías no
supo manejar esto tan desconocido y se derrumbó hasta convertirse en un
despojo, porque como agravante la muchacha dijo que pasaría en Caracas esos
“vamos a darnos unos días”.
Faltaba una
semana para que ella se instalara en Caracas a pasar tres o cuatro días de
Bicentenario, tiempo suficiente para que Matías se descompusiera de una manera
tal que ya exhibía una humanidad cadavérica y un rostro de zombi. Dejó se comer
y se enclaustró en la habitación.
Tras escuchar
el relato situacional, carraspee a la manera de quien quiere expresar cierto
recelo, pero Tía Aurora sacó una carta: Claro, te voy a dar unas petacas, no me
gusta deberle a pobre.
Dije algo así
que no estaba seguro, que lo pensaría, pero ello me volvió a interrumpir para
agradecerme mi buena disposición y por ayudar a la abuela en este momento tan
difícil. “Por cierto, ¿en Caracas saben cómo te dicen en el pueblo?
&&&
Miranda
Aleuzenev Camaripano arribó a Caracas el viernes el viernes 01 de julio de 2011
a las 5: 50 pm en un buscama que ingresó por el terminal de La Bandera, según
anoté en una libretica de bolsillo que había habilitado para ir construyendo
los reportes que tía Aurora me había solicitado cada vez que se produjera un
hecho resaltante. La primera comunicación que establecí fue para confirmar la
llegada de la unidad –cuya descripción y serial me habían sido aportados vía
SMS por tía Aurora – y para chequear que yo determinara con toda precisión y
físicamente al objetivo: muchacha de aspecto todavía juvenil, pantalón
ajustadísimo y blusa recortada. Cabello liso y largo y color tirando a rubio.
Ojos verduscos y complexión voluptuosa hasta lo tolerable. Risa fácil y caminar
desenvuelto.
Perfecta
coincidencia. Al ofrecerle estas primeras buenas noticias, consulto con tía
Aurora si ya había completado la transferencia bancaria. Le improviso que ando
con cuatro agentes de lo más granado que vigilan al objetivo por todos los
puntos cardinales para que la misión no corra el mínimo riesgo. La operación
está montada por puros profesionales, tía Aurora.
Desde mi
cafetera, a la que he colgado un aviso de taxi de esos que se pliegan a lo
interno del parabrisas, observo que Miranda Aleuzenev aborda la unidad de un
colega sin consultar el precio. El seguimiento lo hice con el debido rigor: a
unos cien metros detrás y atento a cualquier giro improvisado que pudiera
surgir. Hasta la avenida Bolívar los primeros minutos del operativo
discurrieron dentro de lo previsto. Apenas la natural curiosidad por saber cuál
sería la parada ordenada por la joven vallepascuense. En el túnel de las torres
de El Silencio la unidad giró para incorporarse a la avenida Universidad para
depositar a su cliente en la esquina de San Francisco. Esta improvisación me
desesperó porque por la zona no hay dónde estacionar. O dejaba el perolito a
merced del hampa o abortaba el operativo. Un dilema tan gigantesco no tiene
sentido a las primeras de cambio, me dije a mí mismo, asumiendo mi
interpretación de detective.
Siendo como
no era muy doliente que se diga del sufrimiento que aquella niña estaba
causando a 285 kilómetros de distancia, después de la esquina de San Francisco
doblé a la derecha para incorporarme a la avenida Urdaneta y estacionar
apenas me incorporara. Pasando Santa Capilla hice gala de mis destrezas para
aparcar en retroceso y, luego, caminando me interné hacia el restaurado centro
de Caracas, que para la fecha ya lucía esplendoroso. Resignado al fracaso,
gasté un SMS a tía Aurora para ponerla al corriente de mis hombres tenían la
situación bajo control, que la niña andaba conociendo a la Caracas restaurada y
que ninguna sospecha digna de reseñar había por el momento.
Me acerqué a
una de las esquinas de la Plaza Bolívar y al observar el tumulto que disfrutaba
de una bailanta declaré infructuosa la operación, sin que tal conclusión
significase que sería transmitida a tía Aurora. Busqué uno de los carritos de
helados y lo hurgué hasta hallar un pastelado de palito. El haitiano expoliado
por la corporación me quiso cobrar quince bolos y tuvimos role e´ peo. De todas
maneras me estafó con diez.
Me dejé
llevar por la inercia y entonces la providencia me la puso de frente en la
plaza El Venezolano, donde la atisbé entusiasmada observando la interpretación
que de Bolívar hacía Oswaldo Paiva. Extraje la libretica y tomé nota del chamo
que la acompañaba y del que ella se colgaba a los brazos en una actitud
francamente romántica. ¿Debía informar semejante hallazgo a tía Aurora?
Cautela, caballo, deja que los acontecimientos se esclarezcan. Otra cosa sería
hacerte practicante del chisme. La juventud de ahora es así de expresiva y
cariñosa, cuándo vas a comprenderlo.
Me fui
aproximando hasta el objetivo y como quiera que en estos menesteres en natural
que uno se pegue de los demás, pude oírle la respiración y la expresión y el
vocativo para con su amigo: príncipe. Anoté esta denominación no para uso
profesional sino personal.
La ternura de
los besos tampoco atrajo mis sospechas, siempre sujetado de mi principio de que
casi nunca lo parece es. Precisaba de mayores elementos para ir armando
conclusiones y todavía quedaba día para procurar más cabos que anudar.
Finalizó el
acto y los jóvenes se enrumbaron hacia la Plaza Bolívar entre agarrados de las
manos y dándose empujoncitos que los alejaban uno del otro hasta que en in
extremis sus dedos se volvían a juntar para remolcarse hacia un centro que los
unía cuerpo a cuerpo. Describí urgentemente lo visto en mi libretica porque me
pareció digno de imitar con alguna novia que el destino me tuviera destinada. A
pocos metros, caminando detrás de ellos, hice un ensayo de los movimientos para
que la memoria quedara ejercitada para llegado el momento.
Miré en mi
celular la hora y eran las 8. 30 pm. Me reporté con tía Aurora para indicar
normalidad. Desinteresadamente volví a preguntar por la efectividad de la
transferencia. En eso me sobrevino una gran preocupación: ¿cómo haré en el
repliegue? Convencido de que no podría contar con el perolito que siempre me
acompaña, urdí el plancito de esperar que tomaran el taxi para yo agarrar
otro, perseguirlos eficientemente y encomendarme a mi indoblegable suerte para
que, a mi regreso, no me hubieran dejado a pie. Te lo pedimos, señor.
La parejita
se acercó a la olla y allí estuvo poco tiempo. Se fueron a olisquear en las
distintas esquinas y conforme la noche corría y las cuadras se iban haciendo
desérticas, se empezaron a complicar las operaciones se seguimiento y la
logística empezó a resentirse por falta de toda clase de ingesta e
insuficiencia de fuerzas físicas para estos inusuales trotes. De modo que en la
boca del Metro de Capitolio, hacia donde se dirigieron los tórtolos –por así
decirlo- le zampé durísimo a un pincho que fui dentellando mientras agilizaba
el paso para sumergirme con ellos al subterráneo en el nombre de la mascá que
supuestamente tía Aurora había transferido para complacencia de todo el costoso
equipo convocado para este mega operativo.
Miranda
Aleuzenev y su custodio se bajaron en la estación de Plaza Venezuela y se
fueron hacia la fuente que emana 16 millones de combinaciones de colores. Una
honda preocupación me invadió por todas las razones del mundo que a esa
hora hubiera: en la fuente no podría seguir pesquisándolos sin ser detectados
y, además, tampoco es que uno desee andar desafiando a los señores
delincuentes. Y el medidor de mis energías ya estaba señalando su mínimo.
Se trataba de
una inferencia equivocada, porque se dirigieron a un hotel que está comenzando
por La Salle. Ingresaron y tras convencerme de que él no estaba en función de
retirarse una vez depositada la princesa en su aposento de pernocta sino todo
lo contrario, es decir, velarle el sueño, no tuve más remedio que solicitar una
habitación e, inmediatamente, entrar en pánico cuando el recepcionista se
mostró displicente al contestar que no había disponibilidad. Ni siquiera mis
malvadas insinuaciones aflojaron a aquel miserable esclavo de las quincenas.
Hablé con el vigilante para que me cuadrara un resuelve y no hubo manera de que
mis generosos ofrecimientos surtieran el efecto previsible. Todo porque
una legión de gringos tenía desde hace tres días rebosados los espacios y
punto. Dólar mata todo.
Me rendí y
decidí ir por mi latica para irme a dormir. En el trayecto decidí que
regresaría a las 7: 00 del día siguiente a renovar las labores, siempre que
antes hubiera confirmado vía electrónica que tía Aurora había cumplido su
parte. Subí a la Libertador y me monté en una buseta que me llevaría a la
Urdaneta para hacerme al volante. En el trayecto escribí un MSM para señalar
que todo estaba bien, que la niña había ingresado al hotel de marras acompañada
sólo de una pequeña maleta de mano.
…Se supone
que este verídico relato tendrá continuidad. Tengamos fe en que la voluntad sea
más poderosa que la vagancia.